lunes, 28 de noviembre de 2016

El músico que contemplaba su ego

Por: Héctor Hernando Parra Pérez

Oud de la colección Caballito del maizal. Foto: Héctor Hernando Parra Pérez


De los días que estuve en Venezuela, ya abierta la frontera en el año 2016, dediqué tres de todos, a la consecución y vuelta a casa, con un emblemático instrumento musical que encierra dentro de sí, buena parte de los contenidos simbólicos, históricos y estéticos que una visión particular deposita en los llamados, técnicamente, laudes, de mango, compuestos, de varios órdenes. O mejor dicho, sus descendientes.
Un viaje que representó en la carretera, la travesía misma que se efectúa tras un conocimiento tan específico como vago, tan antiguo como contemporáneo. Tan tangible como espirituoso, tan ajeno, como tan propio. Tan lejanos y distantes solemos ver a nuestros predecesores en la espiral histórica, que tal vez es síntoma de que con el razonamiento no corresponde saber, lo que se lleva en la mismísima piel, y el mismo mirar, entre ceja y ceja.
Me enamoré de la leyenda de Ziryab. Hace como unos diez años supe de la historia del músico que emigró del califato de Bagdad por envidia de su maestro, tomando rumbo hacia Córdoba y partiendo la historia de la humanidad en dos. Muy probablemente no existiría la guitarra hoy en día, o por lo menos, no como la conocemos, de no haber sido por la trashumancia que se comió miles de kilómetros de dunas y desierto, menos áridas en todo caso, que la envidiosa amenaza de aquel en quien se ha confiado el aprendizaje y la enseñanza. Se me antoja decirle a los cuatro vientos, que la envidia del maestro de Ziryab, fue un indescifrable acertijo que le dio vida a esa necesidad del genio del Al-ándalus por existir, y hacer existir también a sus ideas allá, donde fueran bien recibidas.
Veinticinco horas de viaje continuo, representaron adentrarme al corazón del estado Guárico. Curiosamente, en esa visita inesperada y maratónica, fui presa del asombro cuando vi a esos cerros del otro mundo, esos que quieren delimitar las tierras de Aragua con las de Guárico. Esos morros dedicados a San Juan, son los guardianes de la cuna en la que nació mi bandola central o cordillerana. ¿No es mucha coincidencia? ¡Denme tiempo para escribir la explosión de sensaciones que perfuman a mi cabeza! Es que, para la triangulación coleccionista de Caballito del maizal, es altamente significante que en el mismo Estado, confluyeran en fechas diferentes y en circunstancias diferentes, la adquisición de dos instrumentos tan antiguos como contemporáneos: ¿La bandola central es sucesora del oud o, El oud es descendiente de la bandola? La bandola tan contemporánea como tradicional, en las celebraciones del paisaje central venezolano, a la que aún hoy en día se le hieren sus cuatro órdenes dobles y octavados con un trozo de caparazón de tortuga, esa bandola, aún conserva los cuatro órdenes a los que se refieren en la historia los cronistas previos a la hazaña modificatoria de Ziryab. Los cuatro órdenes que se mimetizan con los cuatro humores del ser humano. Una relación alquímica, mágica de unas potentes capacidades cuya observación es de ese mediterráneo que nada le temió a los mitos, la experimentación y la poesía. Al ingenio. Que todo le sucumbió a la codicia, a la guerra y la ruina. Sangre. Bilis negra. Flema. Bilis. Norte, sur, oriente y occidente. El cuatro. Mi. La. Re. Sol, con el cuatro, llanero, La, Re, Fa#, SI.
Mi oud estaba lejos, pero más lejos está la posibilidad que me sumerja en el mundo de lo concreto. Del éxito. Prefiero adolecer de un ego observado, que complacerle con triunfos y méritos baladíes: De los que está lleno el mundo y el mercado del arte, la historia y el folclor. Observo, y a veces duele, y a veces ese dolor destella en luciérnagas libidinosas de pantano. Eso es desarrollar un alma. La quinta cuerda que puso Ziryab. Mi oud de seis órdenes, es así por los seis hijos que hoy completaron la colección hija de la guitarra conquistadora y persuasiva: Reconocerme entre el antiguo virreinato de Nueva España y su Malinche, con sus tres jaranas de la Vera Cruz tan fandanguera, y sus tres números larenses, tan tamunangueros*. Jarana primera, segunda, tercera, Cuatro, Cinco y Seis. Que es en la fiesta, donde conviven los egos. Que en la fiesta de los santos, es donde sobrevive lo pagano.
*Pienso desde mi ignorancia, que la criollización de la guitarra española empiezalentamente desde el siglo XVI, período en el cual, el actual territorio venezolano hacía parte de la Real Audiencia de Santo Domingo y esta a su vez, del virreinato de Nueva España. Pienso, que para cuando se crea la capitanía general de Venezuela, y esta se adscribe al virreinato de Nueva Granada, ya existían formas criollas de construir y de interpretar la guitarra, aunque sea hasta el siglo XVIII que se hallen elementos documentales que sugieran dichas prácticas, para el caso concreto de la jurisdicción de la población de El Tocuyo.



jueves, 13 de octubre de 2016

Gaitas, Gavilanes y Guitarras.

Gaita charra de la colección Caballito del maizal. Donación del profesor José Ramón Cid Cebrián. 
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Dijo, el señor Laurentino Quiñones, en uno de los capítulos de la serie televisiva “Expedición sonora” dedicado a las chirimías y a las bandas de flautas del Cauca andino; que la caña con la que se elabora el instrumento melódico típico de estas agrupaciones, recibe el nombre de gaita.
Hace más o menos dos años, Néstor Pinilla me escribió a mi cuenta de Facebook para contarme que se había ido a vivir a mi ciudad natal, invitándome a toca músicas de chirimía las veces que yo me encontrara por allá.
A finales del año 2015, di con el señor Iván Mayorga, gracias al maestro Omár Flórez. En ese momento le encargué al maestro Omar, la confección de tres flautas de caña, que fueran réplicas de las que usara el señor José Idrobo en San Agustín, Huila. El día que las fui a recoger, conocí una bella caja redoblante típica del macizo colombiano, y días después, adquirí el bombo en casa del señor Mayorga. Ya con ese juego completo de instrumentos, me animé a escribirle a Néstor para hacer unos pequeños recorridos con algunos amigos más, por los barrios céntricos de la capital del Tolima.
También me había llevado yo, mi requinto de clavijas de madera. A la par de la flauta, empecé la tarea de hacer merengues y rumbas dedicados a la avifauna local.
Ese miércoles de enero, Néstor se había demorado en llegar a nuestra cita de las tres de la tarde en la plazoleta de La Pola. Se me ocurrió entonces, sacar mi libretica de apuntes, para esbozar unas cuantas cuartetas dedicadas al colibrí. Las cuartetas se me acabaron, el estribillo también, y con los instrumentos tomé, dirección occidental rumbo a casa de mis padres. Ya dos cuadras más adelante, venía Néstor y empezamos los dos nuestra correría por La Pola y Belén, desembocando en la Plaza de Bolívar.
La sed de la tocada me propuso tomar un poco de agua fresca, mientras conversaba con Néstor. Inconscientemente, mi mirada se dirigió al único árbol extranjero que vive en la plaza, una secuoya, que en su copa recibía el peso de una rapaz que supongo, era un gavilán. ¡Más no era aquello lo sorprendente! Como una espadita de colores refulgentes, le hacía la guerra a la rapaz, un diminuto pero osado colibrí que a cada embestida y lanzazo, emitía un chillido de profundo descontento frente a la presencia del accipítrido. Asombrado yo, puse la flauta bajo mi brazo, y sin perder de vista tamaño episodio, de épica ornitológica, le seguía hablando a Néstor, contándole mis impresiones. Por ello, tampoco me di cuenta de que en el mismo plan observante, venía Juan Daniel, coterráneo que hacía un tiempo no venía a su ciudad natal.
El colibrí logró su cometido, desterrando al gavilán de la punta de la secuoya. Parece, que se había ido a una de las ramas de la emblemática ceiba, adyacente a la antigua sede del colegio donde tanto Juan, como yo, habíamos estudiado en épocas diferentes, sin conocernos en esos tiempos.
Ido el gavilán, Juan se dio cuenta de que hacíamos músicas Néstor y yo. Entablamos los tres una conversación en la que, dentro de tantos detalles coincidentes, coincidimos nuevamente, en el nombre de un instrumentos musical; instrumento al que conocí, gracias a las consecuencias de este blog: El pandero cuadrado de Peñaparda, pues, Juan trabaja y vive en Salamanca, donde entre otras cosas, desarrolla actividades relacionadas con las músicas de allá; y yo, gracias a una conversación vía chat, que tuve con Edgardo Civallero, a raíz de las búsquedas en torno del chimborrio,  supe de la cuadratura de ese membranófono castellano. ¡Ojalá coincidamos en Salamanca! decíamos ya para despedirnos, sin embargo, para mis adentros, veía tan remota mi ida a España, que tomé dicha promesa como una de tantas que se hacen, cuando se suponen imposibles a la razón. A las dos semanas de ese encuentro, se me convoca para hacer parte de una gira musical por Sicilia, por parte del grupo de danza “Akaidaná” del que es parte Tatiana Hernández, directora de la Fundación artística Inti Amarú, espacio artístico del que soy miembro en tanto músico-actor de la obra de creación colectiva “Buya…Buya…Bullerengue”. ¡Eso de Agrigento a Salamanca no es sino un paso! y, como el gavilán y como el colibrí, volamos. Volamos rumbo al mediterráneo que nos recibía, para despedirnos entre todos del invierno, y saludar a la primavera, con la floración de los almendros.
Me fui de Agrigento sembrando una gaita corta en La mayor y cosechando un mandolino. Me fui de Salamanca sembrando una gaita corta en Sol Mayor, y cosechando una gaita charra. Dimos mi compañera Inti y yo, razón del chimborrio en la emisora de la universidad de Salamanca, departimos algunas canciones con gratos músicos de la ciudad y volvimos a nuestro país.
Tanto busca Juan sus cuestiones de charros, entre las artes de Salamanca y las del occidente mexicano, que me hizo pensar en mis propias búsquedas de atar cabos desde las músicas hacia las historias. Supe entonces de su aprecio por el trabajo del grupo de música antigua Segrel, que desde México, concatena músicas gestadas en el renacimiento y el barroco español e hispanoamericano, con músicas de tradición popular en México, como el son huasteco. A sabiendas de la alta posibilidad que tenía mi persona de ir al país de los Aztecas, me contacté con Manuel Mejía Armijo, director musical del grupo Segrel, y con el luthier Salvador Soto, artífice de la guitarra que representa para mí, lo indecible de nuestro mestizaje, pues es a ella a quien le corresponde, desde la dulce melancolía de su sonido. Madre del la evocación del tiple con sus guabinas y del alborozo del cuatro en el joropo.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Torbellino no está aquí El caimán se lo llevó Lo montó en una galera Y dizque loco se volvió Por un lado de La Habana Otro rumbo ya tomó Y llegando a Guararé Con mejor Ana conversó

Guitarra renacentista de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

El diecisiete de abril del año dos mil siete me fue formulada una pregunta audaz y desinteresada, que ha traído consecuencias hasta hoy en día, nueve años después. Desde antes de ese año, he intuido, que todo lo tengo perdido respecto al oficio de ser músico intérprete. Sin embargo soy terco, y respondí con un ciego “Si”. A Popayán había ido yo, a visitar a los hermanos Cháves, de la emblemática chirimía “Aires de Pubenza” a aprender un poco de su saber, y ya el último día de la visita, después de evocar bambucos, pasillo, marchas y porros, surge la temática de la construcción de instrumentos musicales típicos que desempeña Víctor Hugo. Me habló entonces, del bombo que le había construido al médico y músico Juan Carlos Torres, director de la agrupación de música antigua “Kalenda maya”.
Hacia la casa de Juan Carlos me dirigí en horas crepusculares. Llegué a la dirección indicada, y una vez en el estudio, sentí el peso de lo que los historiadores llaman “línea de tiempo”. No como una agobiante huella de los años a ser cargada, sino más bien, como el hallazgo de la continuidad de una historia, presentida, pero no sabida. Entre laudes, gaitas, orlos, vihuela, violines y percusiones del medio oriente me encontraba, escuchando pertinentes relatos de hace siglos, en el “Viejo mundo”. Viendo también, los destellos con que fulguraban ciertas palabras que me había encontrado en los libros, para hallarles un sentido aún mayor desde una sonoridad tan antigua como familiar. Los romances, los villancicos, los arcaísmos…fue entonces que esa juguetona presencia no se hizo esperar más, y cuando se abrió el estuche, creo que algo me notó Juan Carlos en la mirada, como para hacerme la pregunta mencionada en el primer párrafo: “¿Usted toca cuatro llanero?”
Me imagino que pude haber sospechado eventualmente, que había alguna relación entre la música antigua europea, con las músicas tradicionales populares de América. Hubiera podido buscar entre el repertorio religioso. El canto gregoriano. En las más accesibles creaciones de Bach o de Vivaldi, para no hallar mucho parecido con los rasgueos bailables del cuatro o del tiple en Colombia. Habría seguido indagando entre motetes, salves, misas y recercadas, para no encontrar mucho del goce estético al que me condujo “la” pregunta.
Fui partícipe entonces, como simple y desinformado oyente,  de la mixtura de siglos atrás entre vihuela y guitarras de cuatro y cinco órdenes. Paradójicamente, desde el tan contemporáneo internet. Buscaba videos y discos y ciegamente he venido tratando de adivinar posibles pervivencias, sabores remitentes a las músicas que llaman folclóricas. ¡Qué terca es mi ignorancia! ¡Qué torpes mis aspiraciones! ¡Qué alegría mi ego!
Agradezco entonces, cuando en la lista de reproducción de YouTube, apareció el tan traqueado video de la Gallarda Napolitana interpretado por el ensamble Hesperión XXI. Nada más que hacer. Apague y vámonos. Luego apareció la folía, y ahora, gracias a esta guitarrita que aparece en la foto de este escrito tan mal redactado, quiero irme a ciertos territorios y como buen amargado, sabotear las leyendas de remordimiento por los indígenas y las supuestas herencias que nos dejaron a nosotros los americanos. Remordimiento de doble moral, que se lamenta desde un PC en la ciudad, y en castellano, por lo ocurrido en América hace quinientos años, al mismo tiempo que se perpetúan muchas veces pensamientos, palabras y hechos  auténticamente excluyentes, mercantilistas, clasistas, racistas y violentos con los que negamos el mestizaje que llevamos con nosotros, gústenos o no. 

martes, 30 de agosto de 2016

Chifladuras amarradas

Capadores o chiflos de la colección Caballito del maizal. De izq. a der. Capador en sol+ construído por Mauricio Barrera, capador tenzano ¿? de afinación indeterminada, capador en Do+ construído por Mauricio Barrera, con transcripción consignada en "Historia de la música en Colombia" del pbtro. José Ignacio Perdomo Escobar.

por: Héctor Hernando Parra Pérez.

(El título de este escrito pretende evocar la propuesta de nombre que sugiere el músico Julio Bonilla, para las llamadas flautas de pan en el ámbito investigativo. Tal nombre es el de Cañas amarradas)

El Escrito de este mes, ya estaba predestinado desde antes del viaje a México, a relatar algunas percepciones y vivencias en torno a un instrumento musical poco reconocido y casi al borde del olvido, propio de la zona andina colombiana. Sorprendentemente, fue en la ciudad de San Juan del Río, en el estado Querétaro de la República mexicana, donde pude atestiguar un hecho que sería el colofón que le daría un sentido aún mayor, desde mi punto de vista, a esta publicación.
El último día de mi permanencia en esa bella ciudad, y rumbo al pueblo mágico de Tequisquiapan en el mismo Estado, pude atestiguar a un afilador de cuchillos ambulante, que, montado en su bicicleta, iba anunciando sus servicios haciendo uso de un silbato hecho de plástico, consistente en varios tubitos unidos que de inmediato me parecieron un tipo de flauta pánica. Más que producir una melodía determinada, producía un agradable efecto polifónico que se oía a varias cuadras a la redonda. La premura de la diligencia de tomar el camión no me facilitó abordar al personaje, y por ello no pude preguntarle el nombre del instrumento. Eso sí, alcancé a registrar en video unos cuantos segundos de su tañido antes de que se perdiera entre las calles céntricas de la población, en inmediaciones del jardín de la familia. Esa performacia, de inmediato, le dio vida a los relatos que registran a aquellos que se dedicaban en tierras cundiboyacosantandereanas, al oficio de castrar animales, y que anunciaban su presencia mediante el empleo de una flauta de pan hecha de caña de castilla o carrizo, flauta que por ello, recibió el nombre de capador, o de capadores. Los capadores, ya con una afinación determinada, sería un instrumento musical que trascendería el mero uso publicitario, para hacer parte de las murgas campesinas de tiple, requinto, pandereta, chucho, chimborrio y voces, para la interpretación de torbellinos, pasillos y rumbas principalmente.
Por otra parte, y gracias a esta serie de artículos, conocí al joven Manuel Gómez, estudiante de la universidad nacional, que  oriundo de Pachavita, Boyacá, me compartió una bella anécdota familiar mitad leyenda, mitad vivencia, en la que me hizo testigo de la presencia de una flauta de cañas amarradas que su propia abuela hacía y ejecutaba, en la vereda Aguaquiña del municipio boyacense antes mencionado. La historia de una flauta llamada chiflo, lleva consigo una particular belleza poética, adjudicable al hecho de que las cañas de dicha flauta se afinarían con el canto de ciertas aves lacustres. Una flauta hecha y pensada para acompañar las soledades en los campos, más que las fiestas con instrumentos de cuerdas que exigen otro tipo de afinación. Se abre entonces, otro camino para pensar en la presencia de estos instrumentos aerófonos, y de imaginar, que coexistieron en las tierras del altiplano cundiboyacense varios tipos de flautas de pan, de varios orígenes históricos, con variadas afinaciones, y que tal vez, por una pequeña imprecisión folclorizante, recibieron indistintamente un mismo nombre para designar objetos diferentes, o nombres distintos para denominar un mismo instrumento, cuando ya se ha olvidado o perdido su uso práctico en el territorio. Valga mencionar en este punto, que la palabra chiflo sirve para designar en España dos  tipos de aerófonos: Uno de ellos idéntico al observado en San Juan del Río, y otro, más bien relacionado con las flautas de pico llamadas gaitas en Salamanca.
Las flautas de pan en el contexto americano y pese a su nombre de griegas connotaciones, de inmediato hacen pensar en los pueblos originarios. En un origen Muisca si se quiere, para la geografía altiplánica de Cundinamarca y Boyacá y eso resulta muy sugestivo, para el caso del relato de la flauta afinada con el canto de las aves, pues ese tipo de relación entre cantos ornitológicos y afinaciones flautísticas, es una constante para muchos otros aerófonos amerindios a lo largo y ancho de todo el territorio del llamado “Nuevo mundo”. Más un instrumento afinado con un criterio escalístico determinado, y utilizado para acompañar cordófonos descendientes de la guitarra española, que además está pensado para ejecutar formas musicales descendientes del mestizaje hispánico, puede tener o no, otros orígenes, pero con toda seguridad, si, otras mezclas y resignificaciones. La especie de caña (Arundo donax) usada para hacer los tubitos afinados la mayoría de las veces, sea de una u otra manera, suele ser la misma a la que el poeta Yalal ad-Din Muhammad Rumi le dedicó sus versos en el siglo XIII. Cuanto bien nos haría hoy saber de los versos que de seguro le fueron dedicados a las cañas nativas, en lenguas borradas por el azote de la iglesia.
La tarea de revivir la sonoridad de este instrumento, me viene ocurriendo desde hace unos siete años, cuando le envié una fotografía de ese instrumento al constructor Jairo Palchucán, sin tener datos de afinación. La fotografía está en el libro “Los instrumentos musicales de Colombia” autoría del investigador Egberto Bermúdez. A cambio de la foto, recibí un bello instrumento con una afinación propuesta por el constructor, consistente en una escala pentatónica de re menor, y una serie de seis cañitas en Fa mayor. La sorpresa fue percatarme de la coincidencia con el instrumento grabado por Jorge Velosa en el tema “Capaderas” del disco “Cantas y relatos”. Posteriormente, encargué al músico Mauricio Barrera, la confección de otro modelo de flauta consistente en ocho cañitas afinadas en la escala de sol mayor, también bajo el criterio de lo especulativo. Finalmente, hallé en el libro de la “Historia de la música en Colombia” del padre José Ignacio Perdomo Escobar, una transcripción que sugiere la afinación del capador, dato que de inmediato aproveché encomendando la hechura de un instrumento de esas características a Mauricio Barrera nuevamente. El resultado, parece coincidir con las grabaciones de campo que realizara el maestro Guillermo Abadía Morales en la vereda Sote y Panelas del municipio de Motavita, Boyacá por allá por los años setenta. Entre cantos de pájaros y melodía acompañante. Demasiado tarde, fue la intención de visita a la vereda Llanos del municipio de Tibirita, Cundinamarca, pues dos años atrás había fallecido el señor Aristides Melgarejo Lara, de quien nos dijeron, era el último ejecutante de ese instrumento, pero que no había sido el único. Que en Manta, Somondoco y Tenza hubo tocadores de ese instrumento que también iban en peregrinación a Chiquinquirá, como el mismo Juan Bautista Moreno, antiguo tocador de chucho, clarinete y hojita, nos rememoró. Aún, en el agetreado pasaje Rivas, del centro bogotano, es posible conseguir capadores tenzanos, que no suenan, pero que sirven de testigos de una tradición que llama por renacer.
Finalmente, resulta pertinente resaltar que ese tipo de instrumentos y los usos a ellos asociados, estuvieron vinculados con antiguos caminos virreinales que dejaron en las fondas camineras testimonios sonoros. El capador y el oficio de capar en modo mayor, de seguro está relacionado con el rondador y el oficio de rondar en modo menor, allá por tierras ecuatorianas. Incluso con la antara, a la que en Cajamarca, Perú, oímos llamar Andara y el oficio de andar, Al andar andar, donde Atahualpa vio su derrota, de pelea entre hermanos. Arrieros que acompañarían sus caminares con esos humildes instrumentos dejados por los abuelos indios, que serían modificados a son de misa cantada y letanías y que buscan revivir en medio de la necesidad de una verdadera independencia política, llevada por el descrédito a la supuesta razón, la ilustración y los agobiados proyectos de nación. ¿A dónde nos llevará la embriaguez/resaca dionisíaca-pánica disfrazada de luminisencia/apariencia apolínea-institucional?




martes, 12 de julio de 2016

Requinto costeño

Requinto colombiano de la colección Caballito del maizal.
foto: Héctor Hernando Parra Pérez


Por: Héctor Hernando Parra Pérez

La primera vez que leí este nombre, estaba buscando las posibilidades de mandar a construír un tiple puertorriqueño, con los planos contenidos en el libro “El tiple puertorriqueño historia, manual y método” de la autoría del maestro José Reyes-Zamora, título, al que había accedido, gracias a la complicidad y confianza del maestro, eminente tiplista y cantautor vallecaucano, Gustavo Adolfo Rengifo. Es que esos días, también sirven como evidencia para este ejercicio del buscar conectores históricos y sonoros entre los instrumentos musicales. El requinto costeño, en la isla del encanto, es el más pequeño de los miembros de la familia del tiple de ese país, que por cierto, lleva el poético epíteto de doliente. Portátil y elocuente compañero de los caminos del jíbaro, entre cafetales, trullas y aguinaldos, seises y parrandas.
Valga entonces, dimensionar, que se empieza a avizorar que los instrumentos musicales encordados con aceros tienen una significativa presencia en el mundo de los cancioneros hispanodescendientes del caribe, con sus respectivos bailes y también con sus décimas y serenatas. Con el repentismo juguetón y con el lirismo enamorado. Los laúdes que de las islas Canarias llegan a Cuba, de los cuales actualmente el más usual es el del registro contralto y el más sonero y hasta rumbero tres, se hermanan con el cuatro de los campos de Borínquen, llamando también a la poco conocida bordonúa y aún a la vihuela que todavía hoy en día recibe tan sugestivo nombre, de alcances arcaizantes, en esa tarea de reconstruirla y darle ubicación en el espectro sonoro del territorio isleño.
Para el caso colombiano, ya me empieza a parecer inusual que no se ejecuten este tipo de instrumentos, ni se improvisaran décimas en su compañía, pues esta especie poética en nuestro país toma la forma de un canto a capella con cuyas tonadas se adivina la procedencia del poeta. ¿Qué habría sido entonces, de ese acervo de la cuerda de acero pulsada en el caribe continental colombiano? Pues, no olvidemos que la mandolina y el violín, manifiestan a los cancioneros y bailes de origen angloparlante del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Pero, volviendo a la pregunta y poniendo los ojos en  la presencia del vallenato, tengamos en cuenta que esta familia de géneros musicales oriundos de “La provincia” se he interpretado en compañía de la actual guitarra clásica española, y no por una de esas adaptaciones de siglos atrás, que darían forma a los instrumentos nacionales antes mentados. En conclusión, pareciera que el caribe colombiano no contara en su patrimonio material, con un instrumento adaptado de las vihuelas renacentistas o de las guitarras del barroco, a no ser, que se  considerara al tiple y al requinto, como uno de aquellos miembros, que, por diversas circunstancias históricas halló refugio en las cumbres andinas y en los respectivos valles cálidos de este sistema montañoso, desde los tiempos de la colonia. Tampoco, podemos pasar por alto, que el uso de la cuerda pulsada contó dentro de sus manifestaciones, con la presencia de las arpas en Cartagena, destinadas a demostrar las pretensiones de una  sociedad clasista que ha discriminado sus bailes según sus razas y colores: Los bailes de primera clase, eran con arpa, y los de tercera y cuarta categoría, eran los famosos bundes con el “atronador” tambor, como menciona el relator decimonónico.
Tengamos en cuenta que en Cartagena, los avatares inquisitoriales pudieron generar unas presiones particulares sobre las manifestaciones lúdicas de la raza blanca, que según los casos, apropiaría o se sometería a los designios del poder moral, de la dupla iglesia-corona. Poder  que, por obvias razones, tuvo implicaciones en los espacios recreativos: La necesidad de controlar y de distinguirse de los pueblos sometidos, sería aún mayor, cuando en el puerto de mayor flujo de esclavos de las colonias españolas en América, la población proveniente de África era mucho mayor que la de quienes se lucraban de esta nefasta trata, con todo y los picos y valles de ese negocio. Eso explicaría porque en los palenques tan cercanos como inaccesibles, sobrevivirían los tambores castigados por San Pedro Claver y no, las guitarritas de los también perseguidos mercaderes extorsionados a conveniencia por la corona, bajo su signo de cristianos nuevos.
Cantar coplas cargadas de doble sentido y picaresca acompañándose de guitarras adaptadas a la trashumancia del ser marinero sin animales para sacarles las tripas, incitando a bailes sugestivos de pareja, de persecuciones y giros que arrebatan al recato y la decencia, era también motivo de castigo aunque los practicaran los “Amos blancos”. ¿No le evocará esta sugestión al folclorista contemporáneo al rajaleña (fandanguillo en el Tolima del. S.XIX) al moño (fandango según cierta descripción citada por Harry Davidson) a la bamba casanareña (Tierra donde también se toca joropo con requinto, bandolín, mandolina y bandolón) a las vueltas (Del valle de Aburrá) y al surumangué cundi-boyacense (Con un nombre tan africanizante como llevan otras músicas de guitarras rasgueadas de raíz hispano-barroca como Chuchumbé, Gurumbé, Maracumbé o Cumbé)?
Adentrarse río Magdalena arriba, subiendo a lado y lado de la cordillera, siempre cerca de las agonizantes minas de oro y plata, para despúes dedicarse a engordar a la competida sacarocracia, cargando a lomo de mula las guitarritas de cuerdas costosas e importadas, nudos o nodos, estas cuerdas de acero, de la red comercial clandestina que pagaría la independencia de éstas colonias, para después cantar los nacionalismos criollos copiados y pegados de Europa. La cabalísitica de los nombres de los bailes: El tres, el seis; la cabalística de las cuerdas de acero: El tres, el cuatro.
Por último, no podemos olvidar, que las especies musicales más arcaizantes interpretadas en el requinto bajo el sesgo folclorizante actual, son el rajaleña y el torbellino. Oriundos de tierras de negociantes, de caña de azúcar o ganado. Rostros de narices aguileñas,  cantan coplas pícaras de quien también reza fanáticamente a los santos católicos: Religión como disfraz para evitar sospechas, Gritar identidades con leyendas de indios que trotaban cantando tonadas de guabina, o de indios que rajaban leña, para parecer nativos y evitar inconscientes averiguaciones en Cádiz, aun hoy en día.









miércoles, 8 de junio de 2016

¿Quién dice que no son cuatro? (En sinagoga o califato)


Cuatro colombovenezolano de la colección Caballito del maizal
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez



Por: Héctor Hernando Parra Pérez

Quienes han sido mis contertulios en nuestras charlas históricas A lo adivino, me han cuestionado sobre mi interés por lo que vino de allende el mar océano. Interés que con creces, supera en número, las ocasiones en las que manifiesto mis preguntas e inquietudes sobre los mundos de lo amerindio. Tal vez siento, que lo amerindio no se ve tan fielmente representado por la historia escrita o la tertulia, y tal vez, la sabana de Bogotá, las lanzas del Valle y las piedras del camino me cuenten sus historias entre los murmullos de la noche, entre sueños y pintas de tigre y culebra.
También me planteo, que nuestro nuevo interés en el mundo de lo amerindio, es un remordimiento generacional que por fin viene encontrando desfogue y atención. Podemos partir del hecho de que nuestra relación con el mestizaje es a luces y sombras traumático. Del mismo modo que sigue siendo, tema espinoso en un mundo y difuso en el otro: El de los mestizajes de los que provenimos desde antes de mil cuatrocientos noventa y dos. Asumo entonces, que nos compete desde nuestro multidimensional espíritu hacernos conscientes de nuestras abuelas y abuelos amerindios, africanos, moros, judíos, árabes, celtíberos, romanos, sus ideas sepultadas y sus creencias expectantes. Saber de los pasos de nuestros compañeros de camino en la actualidad.

Existe evidentemente, en Venezuela y en Colombia una guitarrita con nombre de número, que interpreta entre otras músicas, una especie cantable y bailable dos veces relacionada con las cifras, sin que por ello, llegue a ser redundancia. Los dichos términos en cuestión son: Seis y numera’o. Dicha especie, puede servir al coplero experto, al igual que sus joropísticos hermanos, para relatar historias en forma de corríos, pero destacase que con el Seis numera’o, se cantan muy particularmente, poemas dedicados a los números. Tanto número, no puede pasar desapercibido y connota o denota, una refinada cultura numérica que habría sobrevivido a la persecución monárquica, aunque perdiera o tal vez no, su significado críptico y solapado en la sociedad dominante: Lo cabalístico. Como que también, el Seis numera’o  recuerda bastante al son jarocho del Buscapies, al que se le relaciona con cosas de otros mundos: Diablo, Avemarías, batalla de magia y creencias, que en la dimensión de lo material,  sería la disputa por el control del mercado entre los Puertos, tanto, que no se buscarían pezuñas de chivo, sino naríces ganchudas y abstenciones de tocino. jarana primera, segunda, tercera, Cuatro, medio cinco, cinco, seis, mercado judeo-portugués de chocolatl entre Veracruz y Caracas y sus negros esclavos de Sotavento, relatando amores en Barlovento.

Por otra parte, al Seis numera’o, al Seis corrío, a La Catira, al Seis por derecho, al Pajarillo, al Gaván, al Pato, les gusta hacerse notar con un  vocalización prolongada, entonada y bella a la que se le dice Leco. Decimos algunos, que, dicho Leco sería una remembranza de las usanzas moriscas, para invitar a la congregación. No se olvide que entre las especies musicales antes mencionadas, el más cultivado actualmente es El pajarillo, y como pajarillo es el mirlo, sépase que entre los siglos VIII y IX, Abu l-Hasan Ali ibn Nafi` llevaba el apodo de El Mirlo, que en su lengua se dice Ziryab. Apodo que entre otras cosas hace alusión al color oscuro de su piel y a su papel determinante en la música del entonces califato de Córdoba. Cuán influyente hubo de ser la llegada de Ziryab a Córdoba, desde Bagdad. Tal vez, allí su presencia fue determinante para que el Oud pudiera favorecer una mutación a vihuela, heredar su aliento a la guitarra de diversas épocas y al criollizarse en cuatro, mejoranera, jarana charango o bandola, siguiera perfumando a incienso los cantos nuevamente mestizos.

Sugiero que lo que hoy en día se llama joropo, no es un fenómeno ajeno a lo que ha ocurrido con otras músicas que hoy reciben el mote de folclóricas en América hispana. Teniendo estas en común, que son una resultante de la resistencia y ocultamiento que diversos pueblos tuvieron que efectuar para sobrevivir ante los imperios y los fundamentalismos. Alianzas que forjarían entre sí, las gentes de fiesta, a pesar de las diferencias metafísicas, que son las más notorias para el caso de lo humano.
En las fiestas americanas, se unieron las maracas con los tambores, las coplas con los números, y los santos católicos tuvieron que aprender a bailar y a tomar aguardiente de caña.
Por otra parte, cualquier fundamentalismo identitario, resulta en el odio a ultranza al otro. Se pasa del sufismo a los talibanes, de la cábala al sionismo, de la mística a las cruzadas, de la iglesia de garaje a las nuevas tribus, del conocimiento a la intransigencia. Racismo, esclavitud, miseria, pobreza, señalamiento.
Pese a que los mecanismos de poder y la codicia siempre ejercerán presión sobre los territorios y sus habitantes y que nosotros los humanos somos propensos a violentar la naturaleza de nosotros mismos, de los demás y del planeta, cuatro serán cuatro, en Orocué, Sinagoga, Apure o Califato.


lunes, 16 de mayo de 2016

Con el MandiNGas, los tunjitos y el Mohán

Carángano de la colección "Caballito del maizal" 
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez


por: Héctor Hernando Parra Pérez

Me sirvo de un verso de la letra del Wonde, o castellanizando, del Bunde de Castilla, para mencionar que al diablo cristiano se le dio desde el período colonial, el nombre de una etnia del África centro occidental, para empezar este escrito.

Siento la superficialidad de esa opinión generalizada sobre los orígenes de la cultura popular tradicional del Tolima grande en la que sólo se le hayan raíces “indígenas y blancas”. Con un notable uso del juicio superfluo, se menciona repetitivamente, a los pijaos históricos y su belicosidad estereotipada, su canibalismo publicitario, y sin más, viene con ello, una aceptación pasiva de que el carácter de los tolimenses proviene de ahí (¡Paradoja!). Algo, que probablemente le resulte de utilidad a los requerimientos mediáticos de un equipo de fútbol y su hinchada; pero que debería ser mirado por muchas aristas y con muchos matices para acercarnos a una realidad colectiva, vigente y compleja.
Por otra parte, se habla de los españoles. Se les hace ver en ese territorio, como que después del arrasamiento contra los pueblos indígenas, no hicieron mucho más, pues, aparte de las guerras y devastaciones patrocinadas por las fuerzas de la corona, no se comenta mucho de lo colonial y sus haciendas, sus jesuitas y sus fiestas de Corpus Christie, San Juan y San Pedro. Mucho menos se habla de esos buscadores de fortuna también indeseables por la inquisición: Tañedores de guitarra, cantores de coplas, jugadores de cartas, magos adivinos y hechiceras chismosas; buhoneros y prostitutas, embaucadores de oficio que se sirvieran de los remiendos teatrales del siglo de oro: actores echados a menos, declamadores de escarnios y perpetuadores de los últimos alientos del romance hasta la folía y el fandango. Apenas, el leve atisbo de un fraile sin cabeza, con todo y cueva, en pleno centro de Ibagué.
Quiero mentar, que si ya harto se ignora de las acciones y consecuencias del mestizaje forzado entre los pueblos indígenas, convertidos en un cuento de las hazañas del cacique Calarcá y otros cuantos más; y de los españoles, hechos un rumor del siglo XVI, mucho más se ignora de las gentes traídas del África en calidad de esclavos, y que serían al fin y al cabo, con su dolor y sometimiento, el aglutinante invisible que ha cohesionado a una naciente sociedad regional. Es como si nadie quisiera ver el pegamento que sostiene una vasija fragmentada.
Me sirvo del carángano en esta ocasión, para hacer memoria, y exponer mi opinión sobre lo que considero una fuerza psíquica subyacente y presente, que determina buena parte de los destinos de esas tierras. Fuerza psíquica que está presente en todos los estamentos de lo identitario tolimense, y que, a mi modo de ver, toma mucha de su fuerza mágica y subconsciente, de las expectativas cifradas generaciones atrás, en el amuleto llamado monicongo del que nos relata la maestra Blanca Álvarez de Parra, aun a sabiendas de que es muy poco probable el hecho de que alguien lo porte en la actualidad. El cristal por el que se mira la realidad en esas tierras, ha sido empañado también por los rezos de los bogas negros y mulatos, porque al río Magdalena le han querido dar imagen de prostitución desde los tiempos de la Malinche o Atahualpa. Ni qué decir de las maledicencias de los esclavos en las minas, desde El Sapo hasta La Plata. De los ayes gritados por los sometidos en las haciendas de Neiva… De los golpes a seis octavos dados a esa caja militar que robada a algún alférez, rememoraría al ‘Ngoma congo.

Aparecen constancias notariales, que dan fe de personas apellidadas Congo y Angola en haciendas del Alto Magdalena, entre Mariquita y El Hobo. Aparece en esas tierras, un instrumento musical cuyo nombre porta la misma NG achacable a un hablar kikoNGo: CaráNGano, CandaNGa, MiloNGa, ChaNGo, CharaNGo, KimbáNGano, CoNGa, CoNGo, KandoNGue, PaNGo, SanduNGa, TamunaNGue, JurumiNGa, LuaNGo, BoNGó, NeNGón, ChaNGüí…
Tan hacedor de ruidos y músicas de fiesta para San Juan Bautista el carángano del Tolima, como el carángano que vuelve a aparecer en los enclaves negros del Barlovento venezolano, tierra que por mágico desfogue de fuerzas vitales, está consagrada al primo de Jesucristo. Sólo, que el carángano barloventeño está hecho con la hoja de una palmera, y el tolimense, con guadua. Solo que al tolimense le colgaban vejigas de cerdo infladas con granos de maíz por dentro, y al barloventeño se le pasan totumas con granos de maíz para que las sacuda su cuerda levantada. Solo, que de los pueblos de Barlovento si se recuerda que fueron cumbes coloniales, y a los del Tolima les han borrado esa memoria también. Decoloramiento de la memoria, patrocinado por los herederos de los esclavistas y actuales dueños de la tierra, la racionalidad, la institución y la historia.

viernes, 15 de abril de 2016

Nuez tan simple como parece



Carajillo o carrasclás donado a la colección Caballito del maizal por: David Hidalgo Jiménez
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez



por: Héctor Hernando Parra Pérez


Cierta ocasión, un joven entusiasta de la recuperación del pensamiento muisca me compartía un saber que a él había llegado sobre el uso que tradicionalmente le daría este grupo humano a la semilla del nogal. Me decía, que para limpiar los malos pensamientos, servía pasarse la semilla de este árbol por la cabeza, mientras se visualizaba cómo aquella nuez iba recogiendo pensamientos negativos y los iba eliminando de la mente. Recordé entonces, mis lecturas sobre el pensamiento mágico, y que este principio curativo podría relacionarse con la llamada magia mimética. Consiste dicho principio, en aprovechar el parecido morfológico de un objeto externo con una parte del cuerpo humano, para de esta manera, y mediante una intención simbólica, crear un principio de identidad entre el objeto sacralizado desde una visión mítica y la parte del cuerpo, realizando una acción metafórica, es decir, sacralizando la acción, de modo que se le devolviera al cuerpo el estado original de bienestar y salud, acudiendo a la memoria depositada en la naturaleza, que desde una visión del equilibrio natural, a veces olvidado por el ser humano con sus acciones, puede ser devuelta al entrar en contacto de nuevo con un elemento proveniente de otros seres vivos: La nuez se constituye mediante el mito y el rito, en un pequeño cerebro que le puede recordar al nuestro, su estado de equilibrio y salud.

También recordé, tiempo después, que durante mis indagaciones botánicas había aprendido que desde el pensamiento científico, se plantea que ciertas especies animales y vegetales llegaron al continente suramericano respondiendo a las fuerzas geológicas relacionadas a la teoría de la deriva continental, y a las fuerzas climáticas de las sucesivas glaciaciones y calentamientos globales. En los momentos en que coincidiría una de las últimas glaciaciones, con el surgimiento de centro américa, semillas y animales que de Eurasia habrían llegado a Norteamérica, podrían instalarse ahora en Suramérica, lo que trajo consigo nuevas extinciones masivas y nuevos ecosistemas. En ese orden de ideas, y entre otras especies, el nogal, proveniente de bosques caducifolios del hemisferio norte, encontraría un nuevo hogar en los potentes andes para empezar a hacer parte de los nacientes bosques de niebla que desde entonces han recibido las aguas de los páramos y las nubes. Para el pensamiento científico, y sus formas de sistematizar la realidad, los nogales más emparentados al que crece en los andes se les clasifica dentro del género Juglans, y de todos aquellos, que viven en países de cuatro estaciones, el de la semilla sanadora para los Muiscas, recibe el epíteto de Neotropica, por haber sido el que se instaló en el trópico montañoso. Aún recuerda sus cuatro estaciones este nogal, pues defolia como en otoño, exhibe desnudo sus nueces como en invierno, florece sus péndulos como en primavera, y verdea como en verano, tal como se les puede ver en cualquier mes del año por la carrera treinta de Bogotá, o en los alrededores de la universidad pedagógica, en la misma ciudad, para citar un ejemplo cercano.

Para el pensamiento campesino, heredero de tradiciones indígenas, africanas y europeas, este árbol merece llamarse además de nogal, cedro negro, pues sus hojas se parecen a las de los árboles que los científicos clasifican en el género cedrella, y que popularmente reciben nombres de alcances gustativos y visuales, totalmente vinculados con el mundo de lo empírico: Cedro rosado, cedro amargo, cedro carmín, cedro cebollo, y también el cedro rojo. Así también, como que las maderas de todos estos árboles presentan características similares para los requerimientos de la ebanistería criolla y valga hacer hincapié, en la luthiería criolla.  

Me resultó del todo interesante haber recibido en la ciudad de Salamanca, España, un carrasclás o carajillo como obsequio para seguir haciendo música. La sencillez de media nuez de nogal de los de cuatro estaciones, hecha caja de resonancia para un palito tensionado y percutor al compás de los dedos, hace pensar que de allá no solo vino la codiciosa violencia de un sistema monárquico y religioso, harto de su propio mestizaje de moros y judíos, sino que también vinieron colados y escondidos en la pervivencia atávica, los saberes de unos antiguos indígenas que fueron también sometidos por el imperio romano tan “cristiano”. Tan imperial como el Inca, tan identitario como el azteca, tan capaz de lo brutal como el ser humano de cualquier raza, continente y condición. Como tan capaz del asombro, la magia, el arte y el saber.


lunes, 28 de marzo de 2016

Perfume di mandorlo


Mandolina napolitana de la colección Caballito del maizal
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez



Por: Héctor Hernando Parra Pérez

(Dedicado a Antonio Lucia y su familia en Agrigento, Sicilia)

La brisa: manifiesta a veces con delicadeza pero con incidencia al mismo tiempo. Reflexiono desde el recuerdo,  cómo lo sutil del aire frío puede hacer tiritar a las carnes y entumir a los dedos. Cómo la casi gélida bocanada que aspiraba, me secaba la garganta con tanta facilidad, que ya me estaba invitando al viejo duelo con mi atávica predisposición, del abatimiento que representa ser un músico frustrado. La fuerza también telúrica de la primavera iba abriéndose paso por el Mediterráneo y nosotros, ni siquiera habíamos acercado nuestra tropical constitución a los rigores del invierno en el que nieva. Conforme el equinoccio dejaba de ser tan solo una promesa del calendario, la floración de nuestro anfitrión “Il mandorlo” era la confirmación de que tiempos más cálidos venían. Lo demostraban también las herbáceas y humildes flores que cada vez inundaban más porciones de terruño.
Para contrastar con la llegada de lo delicado de la primavera; día a día de nuestra permanencia en la isla podíamos apreciar, entre el asombro y la trivialidad, la presencia de sendos templos milenarios consagrados a las potentes fuerzas de los dioses del panteón greco latino. Cuanto peso y monumentalismo consagrado a lo que sintieron, y tal vez por ello vieron y oyeron, hombres y mujeres de hace 2400 años en esos disputados parajes. Lo que sintieron dentro de sí, y se les hizo sentir con la sugestión que logra la oratoria y el arte, movilizaron piedras de toneladas de peso y decámetros de volumen. La potencia del peso agreste de una roca, movido por el invisible hilo de la creencia.
Las fuerzas de la naturaleza que se manifiestan a la vista del humano, surgen de los seres que nos acompañan en nuestro paso por el planeta; y también del propio ser humano. En todo el espectro de lo que nos resulta conocible, se aparecen las formas inmanentes de lo creado para recordarnos que tan sólo vivimos una gran síntesis de experiencias que retan a nuestro alarde de inteligencia y embriagan a nuestros sentidos: La fragilidad de una flor de almendro, rompió la rigidez de las columnas del templo de Zeus. ¿De qué otra manera el hecho de haber manifestado el diecisiete de marzo de 2015, que “Se le reventó la cuerda” a un instrumento musical de origen italiano, me habría llevado el diecisiete de Marzo de 2016 a traducir ese primer artículo de este blog al italiano? ¡Allá en Agrigento! ¡Justo cuando recibía de mi amigo Antonio Lucia una hermosa mandolina napolitana que ahora hace parte de Caballito del maizal!
Pero podemos observar, cómo el paso de las estaciones allá, y de los “niños” y “niñas” acá, va consumiendo nuestra mortalidad a la vez que nos va sembrando en la tierra para un propósito ininteligible pero sentido en lo más profundo de nuestro corazón. Nada tiene propósito ya, porque en sí mismo todo puede ser propósito. 

lunes, 29 de febrero de 2016

Tambor sin norte

Tambor alegre de la colección Caballito del maizal.
Foto. Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Cuando dicen que le quitaba el cuero y le ponía un pañuelo y seguía tocando, se refieren a algo misterioso que se escapa de cualquier facilidad instrumental, de cualquier enredada taxonomía y de cualquier filosofía. Es magia.
Un hueco milenario en un árbol, no tiene objeto de ser definido porque así se le pone al servicio de la orquestación de la que puede hacer parte; entonces, la piel tensa de un animal ora doméstico, ora salvaje, sigue cifrando la enorme dificultad para hacer comprensible las voces de este periscopio sonoro que se asoma desde las negras profundidades del ser, hasta las necesidades cotidianas de quien lo porta sobre sus hombros; y debajo del sombrero, tan vueltia’o como el destino y tan concha’e jobo como las apariencias.
También dicen que no hay cuña que más aprete, que la del mismo palo. No hay trabajo que más recompense que aquel al que se le concede significado, por arcano e incluso aborrecible que le pueda llegar a parecer a los demás.
Las sogas que lo sostienen, son un atlas que portan sobre sus hombros filamentosos, toda la porquería que se transforma en baile y alegría colectiva. También en insinuación a lo prohibido y polvorín presto a la pelea de los borrachos.
Tambor alegre te dicen, y a veces, hasta te crees el cuento de quienes te llaman así. Tú no tienes nombre, tambor, porque se les olvidó a quienes te amacizaron, en ese revuelto de lenguas y deseos de los que hablan los que mienten la historia.
También te dicen tambor mayor, como si fueras a lado y lado de granaderas, bombos y liras: más bien, deliras. Como si conmemoraras torpemente los motivos de quienes te reprimieron. Es que, bien lo sabes, Pedro Claver te usó como pretexto para latigar a tus negros instrumentos de africanía.
No te puedo decir otras cosas tambor, porque por culpa tuya me empecé a sumergir en las oscuras aguas de mis mentiras. Quise gozarte en fiestas y resulté obsesionándome en mi máscara. Por lo menos, tus repiques me hicieron saber, aquello que los locos niegan y talvez, de esa manera, con ese destello de sentido, me haga libre del manicomio. No soy quien para tocarte, y a la vez soy tu mar, tu negro y tu blanco. No soy nadie para ti, pero para mí inconforme ignorancia, empezaste a significar la paradoja de la libertad. Gracias y no gracias, por todos los malos momentos con los que te haces necesario en mi imitación de lereo. Sin viajes, sin becas, sin renombre. 

viernes, 22 de enero de 2016

Meme meme caja ja ja

De izquierda a derecha: Caja redoblante de las bandas de flautas del departamento del Cauca, proveniente de la vereda Ordoñez, municipio de Almaguer, departamento del Cauca, Colombia. Caja propia de los conjuntos de tamborito, punto y cumbia de Panamá, proveniente de Guararé, provincia de Los Santos, Panamá.

por: Héctor Hernando Parra Pérez.

La sorprendente similitud morfológica, así como la plena coincidencia nominativa entre estos dos instrumentos musicales, permiten manifestarme respecto al galeón San José. Cada día de San José, mi madre cumple sus años y el pasaje llanero “Fiesta en Elorza” ha sido la canción que usualmente recuerda mi padre ese día. Por esto, traigo a colación un dato histórico que aprendí leyendo a sir George Frazer en su Rama Dorada: “Un diecinueve de marzo” conmemora también, ciertas celebraciones de la abundancia y la primavera, que en el imperio romano precristiano, se llevaban a cabo, de modo similar a las saturnales que dieron origen a la consumista navidad de la religión de la humildad. Lo que ata todos estos hechos aleatorios, es que, mi madre nació en la población de Frías, corregimiento del municipio de Fálan, en estribaciones de la cordillera de los andes centrales en el Norte del Tolima. Allí, mi bisabuelo Florentino Cardona, andaba en actividades mineras, según me ha relatado mi abuelita Mariela, y por eso, se codeaba con los ingleses. En esas reuniones tan de Wheeler´s,  McLean’s o Forest’s;  además de hacer sus negocios y tratos en torno al metal dorado; bajoneaba don Floro su guitarra, mientras mi bisabuelita Aminta Reyes rasgueaba el tiple. Valga mencionar, que una cosa es tocar al célebre bambuco en un instrumento musical refinante y delicado, que denota en sus cuerdas la actividad del comercio (cuerdas de metal) y no de la artesanía (Cuerdas de tripa). Otra cosa es, tocar bambuco con instrumentos musicales hecho por manos rudas que también empuñan azadones, picas y palas.
El oro que se le ha arrancado a la cordillera de los andes, se ha constituido en un signo generalizado y reiterativo para múltiples poblaciones a lo largo de la geografía histórica de nuestro subcontinente, y ello ha venido configurando morfologías culturales que hoy en día nos siguen hablando, aunque su mensaje tienda a ser fosilizado por la mano servil y complaciente de la institución folclorizante. Aplico dicha observación, para  el caso específico de los subsecuentes desarrollos que han venido gestando las músicas y las danzas tradicionales. No es gratuito que hoy en día se toquen instrumentos similares denominados muchas veces con los mismos nombres, en territorios aparentemente muy distantes y heterogéneos, pero enlazados a través de la línea de explotación y exportación colonial del oro. Lo que sí es gratuito, peregrino y desafortunado, es que no hallemos fácilmente correspondencia entre lo acá enunciado y seamos presa fácil de la publicidad ideológica y las promesas del desarrollo, amén de que estoy escribiendo en un computador que lleva mis iniciales. En el caso específico de los instrumentos que le dan nombre a este escrito, quiero decir que no es gratuito que la dicha caja redoblante viva tanto en las montañas del Cauca, como en la costa y el interior panameño. Viéndolo desde la cadena de explotación y exportación colonial del oro, la caja redoblante que atestiguara la explotación del filón en Almaguer con mano de obra esclavizada, tanto indígena como negra, sería hermana de la misma caja redoblante que atestiguara la subida de ese oro al lomo de las mulas, y el posterior embarque al galeón. Sin embargo, es muy importante señalar, que las circunstancias que posibilitarían la presencia de la caja, y de otros instrumentos musicales, en dichas situaciones, corresponden a un crisol tornasolado de posibilidades, dado que, así como eventualmente servían a los intereses de la corona y de sus fieles vasallos, también eran raptados estos objetos sonoros, robados y subvertidos por los esclavizados, para sus propios fines libertarios y su propia catarsis. También para su propio embotamiento y su propia beodez.
Ese bambuco que habría nacido en las barracas malolientes llenas de broza india, negra, zamba y hasta mulata, sudorosa de plantación o mina; tan de tiple o bandurria con forma de sandía, maracas, vihuelas (socavón-brujo ¡¿?!) tambor (cajona*) y cuño (cununo-tamborito), es ahora un hijo con transtorno de múltiple personalidad. Unas veces perfumado, peinado y despiojado, ilustre diplomático al servicio de los intereses del saber institucionalizado, y otras veces, al servicio de los indios y los negros en sus fiestas de montaña, valle y costa; de flauta, violín y marimba; de vírgenes y diablos. Pareciera que el oro de Almaguer, que pagó la traída de indios de más al sur y de negros de más al occidente, hubiera también pagado las fiestas y los bailes de primera, segunda, tercera y cuarta categoría.
Las fantasiosas conjeturas históricas de este escrito, buscan evidenciar también, la trágica suerte de algunas poblaciones que nunca quisieron aprender a producir sus propios alimentos, so pretexto de la mina y el flete, y, es que producir los propios alimentos está íntimamente relacionado con producir las propias músicas y sus instrumentos. Por lo tanto, la actividad de sembrar el pancoger, y de cantar, tocar y bailar durante y después de las faenas campesinas, se asocia en una terrible inversión de roles, con la idea generalizada y publicitada de la pobreza, el sub-desarrollo y hasta la superstición. El estado de consciencia de los líderes políticos habitantes de estas zonas, estaría más asociado con su necesidad de promulgar la actividad de mercadear bienes que transitan, es decir, bienes que están de paso y que necesitan transportistas y/o intermediarios; que con la actividad de producir alimentos en armonía con el entorno, pensando en la permanencia tanto de las generaciones venideras como de las presentes en dicho entorno. Por esto, la frase “Asando y comiendo” en vez de ser sinónimo de un desarrollo sostenible dialógico con la realidad del eterno-presente, es todo lo contrario y se convierte en sinónimo de pobreza,  de ignorancia, de no-acumular, de no capitalizar, de no explotar, y eso se aplica también al conocimiento.
Ha tenido el territorio tolimense la oportunidad histórica de aprender a producir alimentos para la subsistencia, pero, por citar solo un ejemplo, la revolución verde se tomó con todo y violencia bipartidista de los años cincuenta, los campos del Valle del Alto Magdalena. Las cabras, la cachaquera, las guabinas y los caloches, le tuvieron que ceder su puesto al tractor que excarva tumbas-almácigos de arroz, como también a las represas de mojarras traídas del Tanganika. Tan solo arroz, algodón, sorgo y mojarras tan homogéneos a la vista. Además de esa uniformización del paisaje,  aparece ahora la posibilidad de abrir una mina de oro a cielo abierto que más bien, nos quiere remitir a trescientos años atrás, e irónicamente, como pago a la avidez desmesurada, tener que repetir el proceso de la encomienda y la mita, siendo ahora una neo-colonia proveedora de materias primas y de carreteras que aseguren una mejor circulación de dichas materias. Ya no de mano de los tan mentados y literarios españoles, sino de una trasnacional cuyo nombre se sirve cínicamente del nombre de una etnia africana: Y ni así, recordamos, que lo que suelen llamar desarrollo las facultades de ciencia y tecnología es consecuencia del tráfico de millones de seres humanos que nos enseñaron, entre otras cosas, a tocar tambores. Tambores que lamentablemente, hoy solo sirven más para divertimento de borrachos con capital, una mujer con dos hijas y plata para gastar, como dijera Cantalicio Rojas, que como memoria, enseñanza y colectividad.
Finalmente, comparto el poema Meme neguito del decimista peruano Nicomedes Santacruz, en el que me basé para dar título a este escrito.
¡Ay canamas camandonga!
¿qué tiene mi cocotín?
mi neguito chiquitín,
acuricuricandonga...
Epéese a que le ponga
su chupón y su sonaja.
Meme meme, buenalhaja,
pepita de tamarindo.
Duéimase mi nego lindo:
¡meme meme, há-ha há-ha...!
Su mare no vino ayé,
su mama se fue antianoche;
dicen que subió enun coche...
¡pero tiene que volvé!
Su maire é buena mujé,
-a veces medio marraja-.
Yo no sé si nos ultraja
¡pero si resutta cieito...!
(Mejó tú no etés despieito)
¡meme meme, há-ha há-ha...!
¡Mi cocotín, mi coquito!
si hay frío ¿po qué tu quemas?
Con tu ojo abieito no duemas,
¿Po qué tá quieto, neguito?
¡Míame, nego bonito!
¿Po qué tu cabeza baja...?
¿Quele su leche con miaja?
¿Quele jugá con lo michi?
¿Qué le pasa? ¿quele pichi?
¿meme meme? ¿há-ha há-ha...?
¡Ay canamas camandonga!
¿qué tiene mi cocotín?
Mi neguito chiquitín,
acuricuricandonga...
Epéese que le ponga...
que le ponga su motaja.
Meme meme ahí en su caja
Pepita de tamarindo.
Duéimase mi nego lindo:
¡Meme meme, há-ha... há ... ha...