jueves, 26 de octubre de 2017

De-liras y bandoleros

Bandola andina colombiana de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez.

por: Héctor Hernando Parra Pérez


Lejos. O en lo alto de las montañas, tanto de las escarpadas, riscosas y quebradas, como de las modeladas de altiplanicies y sabanas; ambas, en la cordillera oriental. O en mitad de las montañas, que de las minas pasaron a los cafetales, rumbo al sur, pensando en Santiago de Cali, para su útil cercanía al puerto de Buenaventura, nada más que un despachadero de café rumbo al Japón: Cordillera occidental. Y ¿en la cordillera central? También. Pero, dejando acariciar sus seis órdenes, por el trémolo de las brisas del Magdalena que juguetón, pasa por entre ventanas de madera, habitando espaciosas salas altas como iglesia. Lejos. En el tiempo también. En tiempos y lugares de galerón, y tal vez por eso fue, esa pintoresca fusión compositiva regionalesca de Alejandro Wills. A propósito, en el camino a Venezuela, mata-mata es su nombre, desde los de San Martín, hasta los de Casanare.

Lejos ¡Que haya llegado hasta el Táchira a mediados del siglo XX! ¡Eso sí que es lejos! - ¿Lejos? No, para nada. Lejos Puerto Rico, y lejos Cuba, - ¡Ja! Si a eso vamos, ¡Lejos las islas Canarias! - ¿Nos pusimos muy ultramarinos? ¡Lejos Andalucía! – Eso no es nada, ¿Lejos?, ¡Lejos Castilla! – Lejos si…Pero, más lejos las Filipinas, que no se llaman así por Felipe, el de Los Tolimenses.

Las doce cuerdas, para la bandurria de España. Allá sí, que allá las cuerdas las fabrican. Pero las catorce, para la bandurria en Filipinas y las dieciséis, de la colombiana (así como las quince), que toma tiempo el barco que las trae. ¿La porción vibrante de las cuerdas? Acusa, que se quería una tesitura entre el soprano y el contralto de la bandurria, tal vez, para voces intermedias, en el justo medio del mestizaje arraigado entre estas tres cordilleras; o tal vez, formular un diapasón más amable a los dedos tan gruesos, como alejados de las escuelas para digitación de instrumentos de plectro. Catorce, quince y dieciséis, porque no eran cuerdas tan accesibles, y si se totiaba alguna, quedaban otras dos, al menos en los dos primeros órdenes. Si se pandeaba la tapa armónica por tanta presión, total, había más Pino y Pedro, digo, cedro, para darle forma a las nuevas liras.

¡Cierto! ¿Y Todo esto de las paradojas y contradicciones de la emancipación criolla? ¿Será que la institución/los poetas se inventaron una historia sobre la bandola andina colombiana, para no hacer evidente que no es más que una bandurria española menos reconocida que la soprano estándard? Para más señas, cito al taller de guitarras, bandurrias y laúdes de Alberto Carrillo, que queda allá lejos, en Valencia, en Literato Azorín # 15, Barrio San Mateo, pero del que me enteré, por una bandola “Andina colombiana” colgada en una pared del municipio de Labateca, Norte de Santander: Lejos.

Suena hermoso la bandola andina colombiana, y memorias tengo y relatos hay, que dan cuenta de su uso en manos de campesinos de la tradición voz a voz, o de músicos de pueblo que leían nota, y peluqueaban la mota. De músicos de banda municipal o departamental que complementaban sus decires, dando serenatas de bambuco en dueto. Tal vez ellos, poco reconocidos, fueron los que hicieron que esa bandurria española mezzosoprano, se volviera bandola andina colombiana, nada más que por la forma de tocarla y por las cosas que cantaban con ella. No tan atrás en el tiempo, apenas empezando el siglo XX. Con todos ellos, como idólatras de la Lira colombiana y entre todos nosotros, desde hace mucho, encurubitamos a lo alto, al altísimo parnaso, a los escogidos/merecedores para cantar sobre esos temas tan emotivos llamados “pueblo”, “nación”, “terruño” e “indiecitas” y “morenas”; en elegantes certámenes alejados del pueblo, la nación, del terruño, de lxs indígenas y lxs afrodescendientes, y en los que es oportuno hacer del dolor del pueblo, elegantes formas musicales revestidas con técnicas eurocéntricas. Para cantar, con lenguaje eurocéntrico, los daños de los españoles de hace quinientos años, que no los de los organizadores del imaginado certamen. Claro, depende del ámbito, y de la cantidad de cuerdas en la banda, bandola.

Cerca, cerca de mi opinadera, digo pues, que sería más coherente reconocer sanamente y concederle su lugar al aporte hispánico en nuestra cultura mestiza, pues los intentos de hacerla parecer nativa, con los indigenismos y los criollismos mediáticos, en verdad que siguen replicando, con efecto delay, puras estrategias coloniales que fueran patrocinadas por las rivalidades de las potencias del viejo mundo, y también, ya en el contexto de la guerra fría, por sus dos grandes polos, usando a la gente que la pasa mal, como publicidad; anestesiándonos o condicionándonos artísticamente, y dificultando la posibilidad de hacernos cargo del mestizaje delirante en el que vivimos. ¿Cómo asumir a la bandola aymara que vive en Chile? Está un poco más difícil de entender, que la bandola oriental, que vive en  Venezuela.