miércoles, 9 de diciembre de 2015

Dé-cada bandola


Bandola llanera donada a la colección "Caballito del maizal" por Josberth Useche
fotografía: Héctor Hernando Parra Pérez


por: Héctor Hernando Parra Pérez

Por el año dos mil cinco, cuando se hacía más evidente mi codicia por el saber folclórico, no sabía cómo colonizar las sonoridades de los llanos orientales. Veía como poco menos que imposible la tocada del arpa, del cuatro y de las maracas. Tengo que reconocer, que no solo por la dificultad técnica que implica la ejecución de esos instrumentos, sino que hasta ese momento, no había hallado algún repertorio que me motivara a aprender la ejecución de aquellos aparejos. Nunca sentí simpatía por la música llanera comercializada, estereotipada y a mi sentir “sin mística”. Sin embargo, ese año llegó a mis manos mi primera bandola llanera, esa, que ahora vive en Córdoba, Argentina, en casa de mi amigo Edgardo Varán.
Es que en ese dos mil cinco, fuimos los músicos acompañantes de las Acuarelas folclóricas de Libardo Lozano al festival de danzas del municipio de Yumbo, Valle del Cauca, y conversando, conversando con uno de los bailadores del grupo del maestro Honorato Infante, también de nombre Edgardo, hallé la posibilidad de que la bandola llegara a mis manos. Ya estando en Villavicencio, Edgardo se puso a la tarea de conseguirme una bandola criolla, de esas de ocho trates. Adjuntándole el primer CD que pude escuchar con música de bandola, (temas instrumentales que llaman) me la envió a mi casa en Ibagué y empecé un lentísimo acercamiento, para tan prestos géneros musicales.  
Totalmente desorientado y perdido me sentí con aquel oud criollo, antiguo habitante de las llanuras de Casanare y de Barinas, y decidido opté por escribirle un correo al maestro Jorge Velosa pidiéndole orientación al respecto. ¿Por qué escribirle al taita carranguero pidiéndole orientación sobre el tema? Sencillamente porque lo que yo quería aprenderle a la bandola, tenía mucho que ver con el pajuelia´o del tiple que aparece en sus hermosas “Adivinanzas del ja ja jay”.
Resulté a los pocos días en el taller del coterráneo, tiplista, luthier, sabedor y bandolista Luis Alberto Aljure Lis: Guafa, emblemático coyaimuno que generosamente me demostró que mi bandola villavicense y de triplex si servía. Grabadora de casete en mano, y libreta de apuntes sobre la mesa traté de entender cómo no se le enredaba el plectro entre las cuatro cuerdas, cómo hacía para sacarle esa especie de “Eco” a cada plumada, ¡¿Cómo hacía?! Quedé asombrado no solo por su música, sino por la calidad humana del maestro Guafa. Valga mencionar que en esa visita supe que Guafa había sido integrante del grupo Nueva cultura*.
En Ibagué, de nuevo me sentí frustrado y dejé a un lado la bandola por un buen tiempo. Algo más de un año después, el maestro Guafa me volvió a dar clases, ya no cerca a la fría Caracas (La Avenida bogotana) sino en su tórrida, natal población. Allá en la casa de los Aljure, me presentó a la familia, y por la tarde se armó un pequeño parrando en el andén. No solo sonaron joropos y pasajes, sino también rajaleñas, bambucos, pasillos y cantas de guabina. Recuerdo que era la primera vez que oía cantar guabinas gracias a Leonor Aljure Lis, y también, recuerdo un zumba que zumba que en la guitarra asumió el que años después sería un compañero de trabajo en la Escuela Musical Nueva Cultura: En aquellos tiempos, parecía que Daniel Sossa no se sabía con presteza la secuencia del zumba que zumba, y ¡Semejante bajista que es hoy en día!
Poco más tarde, al otro año, llegó a mis manos el precioso larga duración “Leyenda copla y sabana vol. 2” que estaba arrumado en una compra venta de discos de segunda en la ciudad de Popayán. Tal disco, representó la primera oportunidad para escuchar a la bandola de Luis Quinitiva, al guitarro de Álvaro Salamanca, y el bandolín que también grabaron los dos maestros ya citados.
Algunas otras aventuras fueron ocurriendo ya con mi persona residiendo en Funza y en Bogotá. Haber conocido los discos de “Raíces y frutos musicales de Casanare” me alimentó las ganas de tocar bandola, sin forma de declinar ya. Haber visitado el festival de la bandola llanera en el municipio de Maní, Casanare en el 2010, adquiriendo un nuevo instrumento al viejo Nazario Humo. Se me apareció el diplomado de cuerdas pulsadas de la Universidad Javeriana, para poder recibir clases del maestro Juan Miguel Sossa, y después unas cuantas con el maestro Juan Carlos Contreras, en el año 2012. Mi primera visita a la hermana Venezuela me regaló una heroica bandola hecha por Misael Montoya, de manos del músico tachirense Josberth Useche, a quien tuve el gusto de conocer, a propósito de la celebración de los Sones de Negro a San Antonio en El Tocuyo, pues don Danny Torres nos puso en  contacto para esos mitológicos rituales. Visitar a la familia Flórez en Maní y en Trinidad ya en el año 2015, cuando casito oriento un conversatorio con ellos en el teatro Colón, por invitación del alegre Urián Sarmiento. Y ya para terminar este relato, sucedió aquella memorable clase de la profesora Inti Gómez a la que me logré colar para los estudiantes de Arte Danzario de la ASAB. Clase a la que entré con la única intención de exponer algunas notas que me atrevo a pulsar de Gaván, Guacharaca, Periquera,  Nuevo callao y Numera’o y de la que salí con un nuevo trabajo en el Centro Cultural Llanero, gracias a la generosa escucha del maestro Gustavo Rodríguez, su director, quien depositó valía a mi intento de tañer.  
Tengo la plena certeza de que ni la bandola llanera, así como ninguno de los instrumentos y las músicas tradicionales relacionadas a estos se ven amenazados por mis interpretaciones. Ahora sé que mis intentos de acercarme a las músicas tradicionales no amenazan el desarrollo de estas, ni su historia y que mi anonimato, patrocinado por haber pasado de la codicia por el saber a un ligero desencanto, me sirve de protección para seguir indagando y experimentando con las reglas de juego de la creatividad histórica.