sábado, 9 de septiembre de 2017

¡Ay Tiple grillo, Chinita, Florinda, Requintillo, cuídame, que soy un pillo!

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Requintillo de la colección "Caballito del maizal" donación del señor Raúl Peña. Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

Un silencioso amanecer me descubre con la desazón que supone ser un fracasado marginal, a la vez que un cómodo y quejumbroso ¡Sin ni siquiera poder culpar de ello, a los vicios más prestigiados como las drogas o el alcohol! Negocios disputados entre unos y otros, que se comieron el alma de tantos verdaderos artistas. A ello añado, el seguir contemplando un remedo de consciencia, pues la reiteración de pensamientos sordos y enroscados en su propio absurdo, se toman la potencialidad de una mente necesitada de crear, expuesta a los malestares de una sociedad, de la que sigue siendo parte. No hay escape: hay que levantarse de la cama.
En medio de aquellas nebulosas, me trato de asir a unas cuerdas, o a unas membranas, o a unos carrizos, o, para más simbología y telurismo,  de las semillas que preñan los subsuelos del sonido, y contemplo, a guisa de ejemplo, al ingenio de aquellos que la han pasado mal, marginados y utilizados por el maniqueísmo de las representaciones institucionales. Por ahí me flota la idea, que tengo del señor Pedro Morales Pino, de quien ya nunca más olvidaré, al pasaje Rivas, tan de sus soledades.
Hay más de cuatro preguntas para formular al respecto de las músicas que hoy cantan lo que fueron penas, pero como diversión y entretenimiento; o intelecto y deleite. ¿Qué más da? En todo caso, ya sólo son bandera. Bandera ¡Qué ironía! Del aparato que sistemáticamente ha marginado a esos incómodos creativos, para complacencia de gestores y mercachifles, de imitadores y postizos, tan efectivos y audaces. Tan lentejuelas y canutillos. Tan “Bling-bling” versus el Rythm and Poetry. Y l@s negr@s y l@s indi@s, y l@s campesin@s, ¡Ah! ¡Qué fácil cantera de la representación le resultan a la bandera y sus agentes!
¡Qué cuento de la quinta cuerda de Diego Fallón! ¡Qué cuento de la sexta cuerda de Morales Pino!
¿No han visto al bandolín tachirense? ¿No han visto a la bandurria filipina? Si nada se dice de Fallón en el Táchira, Menos se dirá de Morales Pino en los alrededores  de Manila. Es que esos cuentos no los cuentan, pues el aparato, ávido de almas, borra subjetividades para hacer himnos y proclamas autosuficientes.

A esas guitarritas del siglo XIX que se llamaban tiple o bandola (Según el temple que se le diera) había que esconderlas; como hasta hace poco decían en el Patronato colombiano de artes y ciencias que “había que quitar a las panderetas de la organología colombiana porque no es un instrumento folclórico colombiano, sino español” siendo que, hay más coplas de “La Pandereta y el chucho” que de cualquier otro instrumento musical propio de las parrandas torbellineras. Coplas que no se las inventó la institución, incapaz de esas liras, sino la gente, y desde tiempos en que el alcalde y el cura vestían de alpargate y ruana (Sin querer decir por ello, que el torbellino nació en Vélez en épocas muy lejanas). O ¿Cuántas coplas de la esterilla y el quiribillo, o el alfandoque y la carraca se topan en esas lides poéticas?           La zambumbia y la tambora
                                          Se fueron a parrandiar
                                          La zambumbia pegó un brinquito
                                          Hasta el África, su hogar  (nativo, que no adoptivo) 

A esas guitarritas, había que inventarles algo, para que no parecieran de otro lado. Nada más, para que parecieran la más legítima herramienta de la autoafirmación institucional, que invisibiliza a los sujetos que conforman la nación. Lo “Legítimamente nacional” convierte en leyenda al hombre, para deleite de sus Atlas. Y a los humanos, una vez que han dado lo más caro de su alma, los hace deudos, Morales. Hasta divertido resulta, que la historia de lo más legítimamente nacional en cuanto a cordofonescas tiplesencias y requintesencias, ha sido escrita por un ascendente extranjero. Norato hasta donde sé, tiene más de italiano que de muisca. Extranjeros que unas veces eran solícitos por la monarquía o la República, talentosos y virtuosos bienamados; o eran huidos de la Monarquía o la República, ora piratas e irredentos, también talentosos y virtuosos. ¿O es que la escala para el diapasón de un tiple le sirve a una mandolina?

De esas guitarritas, lo último que supe, es que el mercado voraz, las convirtió en juguetes para turistas, cuando aún se llamaban requintillo. Sus ocho clavijas, se volvieron seis, sus trastes calibrados desaparecieron, y al rico acabado en goma laca, tan delicado en su preparación, le sucedió un machetazo en aerosol azul-verdoso, que muchas veces sabía decir: “Colombia te quiero”.