lunes, 16 de mayo de 2016

Con el MandiNGas, los tunjitos y el Mohán

Carángano de la colección "Caballito del maizal" 
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez


por: Héctor Hernando Parra Pérez

Me sirvo de un verso de la letra del Wonde, o castellanizando, del Bunde de Castilla, para mencionar que al diablo cristiano se le dio desde el período colonial, el nombre de una etnia del África centro occidental, para empezar este escrito.

Siento la superficialidad de esa opinión generalizada sobre los orígenes de la cultura popular tradicional del Tolima grande en la que sólo se le hayan raíces “indígenas y blancas”. Con un notable uso del juicio superfluo, se menciona repetitivamente, a los pijaos históricos y su belicosidad estereotipada, su canibalismo publicitario, y sin más, viene con ello, una aceptación pasiva de que el carácter de los tolimenses proviene de ahí (¡Paradoja!). Algo, que probablemente le resulte de utilidad a los requerimientos mediáticos de un equipo de fútbol y su hinchada; pero que debería ser mirado por muchas aristas y con muchos matices para acercarnos a una realidad colectiva, vigente y compleja.
Por otra parte, se habla de los españoles. Se les hace ver en ese territorio, como que después del arrasamiento contra los pueblos indígenas, no hicieron mucho más, pues, aparte de las guerras y devastaciones patrocinadas por las fuerzas de la corona, no se comenta mucho de lo colonial y sus haciendas, sus jesuitas y sus fiestas de Corpus Christie, San Juan y San Pedro. Mucho menos se habla de esos buscadores de fortuna también indeseables por la inquisición: Tañedores de guitarra, cantores de coplas, jugadores de cartas, magos adivinos y hechiceras chismosas; buhoneros y prostitutas, embaucadores de oficio que se sirvieran de los remiendos teatrales del siglo de oro: actores echados a menos, declamadores de escarnios y perpetuadores de los últimos alientos del romance hasta la folía y el fandango. Apenas, el leve atisbo de un fraile sin cabeza, con todo y cueva, en pleno centro de Ibagué.
Quiero mentar, que si ya harto se ignora de las acciones y consecuencias del mestizaje forzado entre los pueblos indígenas, convertidos en un cuento de las hazañas del cacique Calarcá y otros cuantos más; y de los españoles, hechos un rumor del siglo XVI, mucho más se ignora de las gentes traídas del África en calidad de esclavos, y que serían al fin y al cabo, con su dolor y sometimiento, el aglutinante invisible que ha cohesionado a una naciente sociedad regional. Es como si nadie quisiera ver el pegamento que sostiene una vasija fragmentada.
Me sirvo del carángano en esta ocasión, para hacer memoria, y exponer mi opinión sobre lo que considero una fuerza psíquica subyacente y presente, que determina buena parte de los destinos de esas tierras. Fuerza psíquica que está presente en todos los estamentos de lo identitario tolimense, y que, a mi modo de ver, toma mucha de su fuerza mágica y subconsciente, de las expectativas cifradas generaciones atrás, en el amuleto llamado monicongo del que nos relata la maestra Blanca Álvarez de Parra, aun a sabiendas de que es muy poco probable el hecho de que alguien lo porte en la actualidad. El cristal por el que se mira la realidad en esas tierras, ha sido empañado también por los rezos de los bogas negros y mulatos, porque al río Magdalena le han querido dar imagen de prostitución desde los tiempos de la Malinche o Atahualpa. Ni qué decir de las maledicencias de los esclavos en las minas, desde El Sapo hasta La Plata. De los ayes gritados por los sometidos en las haciendas de Neiva… De los golpes a seis octavos dados a esa caja militar que robada a algún alférez, rememoraría al ‘Ngoma congo.

Aparecen constancias notariales, que dan fe de personas apellidadas Congo y Angola en haciendas del Alto Magdalena, entre Mariquita y El Hobo. Aparece en esas tierras, un instrumento musical cuyo nombre porta la misma NG achacable a un hablar kikoNGo: CaráNGano, CandaNGa, MiloNGa, ChaNGo, CharaNGo, KimbáNGano, CoNGa, CoNGo, KandoNGue, PaNGo, SanduNGa, TamunaNGue, JurumiNGa, LuaNGo, BoNGó, NeNGón, ChaNGüí…
Tan hacedor de ruidos y músicas de fiesta para San Juan Bautista el carángano del Tolima, como el carángano que vuelve a aparecer en los enclaves negros del Barlovento venezolano, tierra que por mágico desfogue de fuerzas vitales, está consagrada al primo de Jesucristo. Sólo, que el carángano barloventeño está hecho con la hoja de una palmera, y el tolimense, con guadua. Solo que al tolimense le colgaban vejigas de cerdo infladas con granos de maíz por dentro, y al barloventeño se le pasan totumas con granos de maíz para que las sacuda su cuerda levantada. Solo, que de los pueblos de Barlovento si se recuerda que fueron cumbes coloniales, y a los del Tolima les han borrado esa memoria también. Decoloramiento de la memoria, patrocinado por los herederos de los esclavistas y actuales dueños de la tierra, la racionalidad, la institución y la historia.