sábado, 11 de julio de 2015

¡Est'era tan pilla!

Esterillas que hacen parte de la colección "Caballito del maizal" de izq. a der: Esterilla de bambú, elaborada por Saíd Acosta, procedencia ibaguereña; esterilla típica de guache (Espiga) de cañabrava (Gynerium sagitatum) de procedencia tolimense, esterilla de entrenudos de caña de Castilla o cañabrava (Arundo donax) procedente de Vélez, Santander.


¡Est'era tan pilla!

por: Héctor Hernando Parra Pérez

La relación simbólica que desde lo visual se puede tejer hacia lo conceptual, hace pensar que con la esterilla, el típico instrumento musical de la zona andina, se puede dimensionar más bien un puente, en vez de la rústica cama ya casi en total desuso, que le concediera ese nombre fruto de un proceso comparativo desde la empiria campesina. A la hora de llevar el susodicho idiófono a las clases musicales de niñas y niños de la ciudad, y preguntarles el ya conocido “¿A qué se les parece éste instrumento?” No faltan, y más bien abundan las observaciones que la emparentan con un diminuto puentecito, como para que pasen las ideas, las cantas y los sonidos desde el campo colombiano a los oídos urbanos y contemporáneos de Los escuelantes. Más bien, el desconcierto aparece a la hora de pretender identificarles la colchoneta vegetal, dado que ese es un patrimonio material que no figura en sus bases de datos, tan visuales por cierto, y entonces, a manos del buen docente o tallerista, se procede a explicar paso a paso, el porqué de ese arcaizante nombre en diminutivo.
En cuanto a la historia personal de quien escribe, puedo decir que la esterilla fue la primicia cuando de músicas folclóricas se trató para mi autobiografía. Cuando por decreto de la Secretaría de Educación del Tolima (Ignoro si el magnífico plan que menciono fue a nivel nacional) Se instauró que los estudiantes de bachillerato debíamos recibir también materias lúdicas, conocí entonces ese arrume de sabores y saberes al que ahora me gusta decirle también conflor. Las tardes de los viernes recibimos de manos del profesor Ferney Barrios, maneras de tocar, notas, nombres e instrumentos musicales que antes para mí, eran totalmente desconocidos. ¿Por qué entonces terminé en el llamado Grupo folclórico del Colegio Tolimense? Sencillamente, porque dibujo y pintura, ya tenían los cupos llenos, danzas no me gustaba ni poquito y en la banda marcial cascaban y ponían a voltear. Teatro, bueno era otra opción que resultaría buscando ya en el año siguiente, en el 1998. A tocar esterilla se dijo, y ni modos o más bien “¡Cuidadito se le arrima a la tambora que esa sólo la tocan los de once, “perita en dulce” y “mariachi”!”
Con los años, y cuando le fui encontrando sabor a esas cañitas y a otros varios instrumentos de la pretérita campiña tolimense, leí, que la esterilla era un instrumento musical de origen indígena, más con otros años, y después de que lo poco que alcancé a leer en la carrera de Ciencias sociales en la Universidad del Tolima me cambiara el camina’o para siempre; empecé a dudar de las fuentes escritas que sugerían por antonomasia que aquello que no era de cuerda era indígena, y aquello que era de cuero era africano, porque si y ya. No era por menospreciar el aporte cultural ni las capacidades artesanales de los ancestros amerindios, era por indagar un poco más a fondo que me puse a la tarea de dudar cartesianamente de esos planteamientos a rajatabla; y de pronto, se me apareció la huesera, ginebra o arrabel, que en el canal Televisión española internacional tocaban los músicos canarios del programa Tenderete.
¿Cómo entender nuestro mestizaje sin poner por encima el romántico indigenismo decimonónico ni tampoco el eurocentrismo a ultranza con todo y moros y judíos? ¿Cómo dejar de ignorar a nuestros racistas abuelos sin tomar el violento partido de condenas, juicios y discriminación? ¿Cómo saberse indio o afrodescendiente prescindiendo del resentimiento histórico? Enlazando talvez, todos los canutos de los que estamos hechos, reconociendo nuestra propia y violenta vocación fricativa y de entrechoque, con la que exigimos tanta justicia, enardecidamente. La caña, de la que se hace la esterilla en Vélez, es la misma a la que el místico poeta Rumi, le dedicó su poema a la flauta, y entonces, la separación mítica que nos trajo a éste mundo, es a la vez la trágica redención de seres sujetos al trapíche de la existencia para sacarnos el jugo que será el guarapo, icor que beben en una mesa los dioses de varios y dionisíacos colores. “Dios quiera que mi condena sirva para algo”.