Llamador de la colección de instrumentos musicales "Caballito del maizal" Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Desde estos treinta y un años de
vida, que es una de las cosas más ciertas de las que puedo dar fe en mi
empiria, es que suelo pensar más en lo que hubiera querido ser, ignorando por
momentos, lo que ya soy. Sentencioso suena, pues el precio de la certidumbre
cifrada desde la cronología personal, no da muchos lugares a especulaciones o
interpretaciones alternativas de la realidad, que empero, gozan de bastante
valor cuántico…mágico, también cierto.
Por andar contemplando esa
realidad hipotética obsesionada con la gran escena, a veces no veo la magnitud
de la existencia de testimonios de un hacer, como por ejemplo, la existencia de
un espacio lleno de tropiezos haciéndose experiencias, como Caballito del
maizal. Por añorar muchos “Me gusta” en las redes virtuales, a veces ignoro la
certeza de un abrazo en la realidad no virtual. Por desear una proclama
confortante, no veo al llamado de atención de naturaleza vermífuga.
Tal vez toda mi relación
caminada, con los tambores afrodescendientes, que por no ser tan visible no deja de ser importante para este acervo, inició
con el primero de los Tres golpes que se le dan a un humilde instrumento que,
algunas veces, los folcloristas, que cumplen con su cuota de participación
colectiva desde la gran escena, no quieren tocar en ciertos eventos. Pero, no
más en su morfología, ese pequeño y humilde instrumento, el más pequeño de los
tambores de cuñas de caribe colombiano, nos invita a interpretar la cadena de
acontecimientos históricos que nos han traído hasta nuestros días, manifestaciones
tan potentes como mestizas, como lo son el bullerengue, la gaita y la cumbia.
El llamador, tiene porte de tambor propio de gentes de hablas Yorubas, en
medio, de rítmicas de gentes de habla Bantú, e incluso, de brillos y armónicos
en cuero, de gentes de habla Malinke. ¡Cuánta vistosidad y relevancia empieza a
cobrar nuestro pequeño compañero!
Unas cuantas veces se pasa por
alto, a aquel que propicia en los pueblos, dar con la rueda, tal vez por la
misma euforia que genera el conjunto. A lo lejos, se oye el llamador. De cerca,
se esconde entre los revuelos de su hermano más alta y protagónica por lo
encantador a la vez que exigente. Entre cantos de versos dicientes y urgentes.
Entre bramidos de tambora foránea y observante, entre palmas, gritos y semillas,
entre pájaros bullosos de catarnica flauta de millo y pavonesca gaita. Pero ¡Ay
de que falte su grave pulso de corazón irrigador!
Quien sabe a qué camino llamé,
desde el primerísimo golpe que le propiné con mi zurdera, a la piel del primer
llamador que toqué. Pero también es cierto, que ese primer golpe, me tiene acá,
justamente. Sin saber, si quiera, qué significa éste momento. Más, todo parece
indicar, que contando con vida, como lo estoy ahora, me puedo conceder entonces
el derecho a adivinar, que por eso me tiene vivo ese percutir: hecho un joven señor
inquieto e inconforme, y tal vez, algo adormilado, frente a la vertiginosa exigencia
veloz y mutante, de los revuelos que ofrece un mundo impredecible desde
siempre. Impredecible incluso desde la recordación. Repleto de múltiples
interpretaciones.
A lo lejos me oí, teniendo el
llamador sobre mis piernas. Me descoloqué de cuerpo presente en ese tiempo múltiple
que prescinde de los treinta y un años y me vi en la otra orilla del mar, para
tratar de entender la queja, pero también la fe depositada en la locura políticamente
correcta y mil veces preferible, a la tan vilipendiada razón. Pobre razón, que
sólo ella sabe de sus limitaciones.
No es tan razonable ese
repetitivo golpe que no da lugar a las variaciones y revuelos de su hermana, el
tambor hembra tan codiciada. Inclusive, desde una posibilidad de interpretar
las cosas a lo egoísta, pareciera mucho más lógico, querer destacarse, convirtiendo
al tambor hembra en una fuente de destrezas, herramienta o instrumento para
acceder a mayores oportunidades de auto-perpetución frente a la amenaza del
cruel Saturno, que, sumergirse en las arcillas tan amenazantes del recientemente
llamado bajo perfil. Arcillas, que sin embargo, moldean la manera de pasar por
las historias, alfareando a los bailaores de la dualidad. Un humilde llamador,
vaso pequeño de ceiba sagrada, da forma. Sentido. Contraste (encontraste) a
todos los revuelos de esta ensoñación colectiva que llamamos vida, entre sus
pulsos de rigurosa festividad.