Djembé de la colección Caballito del maizal, elaborado por Alex el gaitero.
por: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Una mañana cualquiera, a principios del siglo XX en el
llamado plan del Tolima grande, sería usual una escena en la que se sacara
provecho del más emblemático de los granos americanos, usando un objeto que hoy
en día, a la luz de las investigaciones, está tan relacionado con un tambor de
África occidental, como con las arepas: Una de las versiones que habla sobre el
origen del Djembé, que es como se llama a éste tambor, lo vincula con los
pilones, y por ello, la característica forma
de su vaso ahora aguanta los manotazos de virtuosos percusionistas, así
como en tiempos pretéritos ocurría, con las manos de pilar subidas y bajadas por mujeres
que al compás de sus movimientos, cantarían “Santo del día lloro yo”, en el
caso de algunos pueblos del caribe colombiano.
El pilón, es un artefacto que se ha usado en el África así
como en los territorios virreinales, si nos atenemos a las varias descripciones
de los viajeros que documentaron dicho uso e incluso, a relatos más
contemporáneos como el que acabo de escuchar a mi padre sobre la manera de
hacer arepas en su infancia. Momentos después en la misma conversación, me
comentó sobre el desprecio que se sentía por el consumo de cierto tipo de
plátano al que se le llama popocho, topocho o cachaco. Me permití la licencia
de intervenir en la conversación, para contarle, que esos platanitos fueron
importados por sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas que estuvieron
involucrados en la trata de esclavos, y que dichos platanitos estarían
relacionados con una suerte de estratificación culinaria: Los plátanos de tal
característica, para los mulatos, los de tal característica, para los negros. Hoy
en día, es común que una mujer en el mercado pida, unos dominicos (Nombre de la
orden religiosa) para las tajadas, y unos guineos (como genéricamente se le
llamaba en cierto ámbito a los africanos esclavizados) para la sopa. Dicho menosprecio
racial en torno a los alimentos, parecer haberse perdido ¡¿?! En el tiempo, ora
por la necesidad de subsistir de los empleados de las haciendas, ora por el
cambio de algunas formas de pensar. El topocho, en los tiempos de la infancia
de mi padre, era para los cerdos.
Volviendo al plan del Tolima, pilones y cachaqueras o
topocheras, han hecho parte del paisaje calentano, en una relación que, vía
culinaria conectaría con una posible influencia africana. Los patacones, dejaron
de ser las monedas del siglo XVIII, para ser los tostones fritos de plátano
pintón, herencia de una cocina afroamericana que privilegia las frituras en
abundante aceite, dispuesto el óleo a recibir los diferentes colores y texturas
de la musácea, y sus grados de maduración. Incluso, ese mismo aspecto de usar
el plátano desde que es casi leña verde, hasta que es almíbar negro, tentación
de mosquitos, puede estar asociado a castas menos favorecidas que tendrían que
sacar provecho de lo que tendrían a mano para su alimentación, un alimento que tan
frugalmente se reproduciría cual maleza en las riberas de las quebradas
calentanas.
Los pilones, así como las tamboras, ambos dos han sido hechura
de artesanos que de la madera del Iguá (Pseudosamanea guachapele) se han servido,
y tal vez no en vano en el mismo árbol se reúnen esos usos tan percutivos, y me
permito decir, que no solo por la dureza de su madera. Las fiestas de San Juan
en América se reciben a golpe de tambores en Venezuela y Puerto Rico, citando
solo dos ejemplos, y en el Tolima, tierra del Mandingas (Malinke¡!) y el Mohán
(Kankamán¿?) el golpe de las tamboras por los campos, saluda al primo de Jesús
de Nazareth, en la tierra calentana que le canta a la negra, a la negrita, y a
la china querida. A la china hija de morisco y española, morisco, hijo de
mulato y española y mulato, el de las haciendas de la provincia de Neiva en el
siglo XVIII, como bien lo documenta María Angélica Suaza Español en su libro.