viernes, 8 de mayo de 2015

Pilando por San Juan.

Djembé de la colección Caballito del maizal, elaborado por Alex el gaitero.

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Una mañana cualquiera, a principios del siglo XX en el llamado plan del Tolima grande, sería usual una escena en la que se sacara provecho del más emblemático de los granos americanos, usando un objeto que hoy en día, a la luz de las investigaciones, está tan relacionado con un tambor de África occidental, como con las arepas: Una de las versiones que habla sobre el origen del Djembé, que es como se llama a éste tambor, lo vincula con los pilones, y por ello, la característica forma  de su vaso ahora aguanta los manotazos de virtuosos percusionistas, así como en tiempos pretéritos ocurría, con  las manos de pilar subidas y bajadas por mujeres que al compás de sus movimientos, cantarían “Santo del día lloro yo”, en el caso de algunos pueblos del caribe colombiano.
El pilón, es un artefacto que se ha usado en el África así como en los territorios virreinales, si nos atenemos a las varias descripciones de los viajeros que documentaron dicho uso e incluso, a relatos más contemporáneos como el que acabo de escuchar a mi padre sobre la manera de hacer arepas en su infancia. Momentos después en la misma conversación, me comentó sobre el desprecio que se sentía por el consumo de cierto tipo de plátano al que se le llama popocho, topocho o cachaco. Me permití la licencia de intervenir en la conversación, para contarle, que esos platanitos fueron importados por sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas que estuvieron involucrados en la trata de esclavos, y que dichos platanitos estarían relacionados con una suerte de estratificación culinaria: Los plátanos de tal característica, para los mulatos, los de tal característica, para los negros. Hoy en día, es común que una mujer en el mercado pida, unos dominicos (Nombre de la orden religiosa) para las tajadas, y unos guineos (como genéricamente se le llamaba en cierto ámbito a los africanos esclavizados) para la sopa. Dicho menosprecio racial en torno a los alimentos, parecer haberse perdido ¡¿?! En el tiempo, ora por la necesidad de subsistir de los empleados de las haciendas, ora por el cambio de algunas formas de pensar. El topocho, en los tiempos de la infancia de mi padre, era para los cerdos.
Volviendo al plan del Tolima, pilones y cachaqueras o topocheras, han hecho parte del paisaje calentano, en una relación que, vía culinaria conectaría con una posible influencia africana. Los patacones, dejaron de ser las monedas del siglo XVIII, para ser los tostones fritos de plátano pintón, herencia de una cocina afroamericana que privilegia las frituras en abundante aceite, dispuesto el óleo a recibir los diferentes colores y texturas de la musácea, y sus grados de maduración. Incluso, ese mismo aspecto de usar el plátano desde que es casi leña verde, hasta que es almíbar negro, tentación de mosquitos, puede estar asociado a castas menos favorecidas que tendrían que sacar provecho de lo que tendrían a mano para su alimentación, un alimento que tan frugalmente se reproduciría cual maleza en las riberas de las quebradas calentanas.
Los pilones, así como las tamboras, ambos dos han sido hechura de artesanos que de la madera del Iguá (Pseudosamanea guachapele) se han servido, y tal vez no en vano en el mismo árbol se reúnen esos usos tan percutivos, y me permito decir, que no solo por la dureza de su madera. Las fiestas de San Juan en América se reciben a golpe de tambores en Venezuela y Puerto Rico, citando solo dos ejemplos, y en el Tolima, tierra del Mandingas (Malinke¡!) y el Mohán (Kankamán¿?) el golpe de las tamboras por los campos, saluda al primo de Jesús de Nazareth, en la tierra calentana que le canta a la negra, a la negrita, y a la china querida. A la china hija de morisco y española, morisco, hijo de mulato y española y mulato, el de las haciendas de la provincia de Neiva en el siglo XVIII, como bien lo documenta María Angélica Suaza Español en su libro.