Mejoranera que hace parte de la colección "Caballito del maizal".
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Curiosamente, los dos viajes que he emprendido a la
República de Panamá, resultaron coincidir con los equinoccios. El primero de
ellos, porque el costo de los tiquetes resultaba más favorable en ese
momento, y el segundo, para asistir a la fiesta más emblemática que
destaca la interpretación del instrumento musical que a esos viajes, me movilizó.
A la mejoranera solo la conocía por internet, y fue por internet
que empecé a buscar más información y también, si era posible adquirir una.
Fueron más de tres años de esperar respuestas de sitios web de
artesanías, e incluso, de personas que tenían relación con ese instrumento.
Para el mes de enero del año dos mil quince, estando en el
país del canto del socavón, y más precisamente en la histórica ciudad de
Trujillo, recibí la emocionante respuesta que empezaría toda una serie de
acontecimientos que generaría por fin mi acercamiento a la chinchorra. Para el
momento, no pude hacer más que pedir tiempo, para volver a Colombia y empezar a
gestionar lo que en principio era solamente la traída del instrumento a
Caballito del maizal.
Si bien la gestión cultural no ha sido mi fuerte, nació
incluso un recital para compartir un saber, y para recoger los fondos que
pagarían la traída del instrumento. En pleno proceso de publicitar dicho
recital, me enteré que por las circunstancias del transporte internacional de
mercancías se hizo más rentable que yo fuera en persona y entonces, resulté dándome
un primer “vueltazo” por Panamá.
La persona con la que
estuve negociando la mejoranera, es la señora Esther Reyes Astacio, esposa del
maestro mejoranero Juan Andrés Castillo. Ella, me hizo saber cuál sería mi
nuevo instrumento, y también me hizo saber el costo de la traída, respecto al
costo del vuelo que me atreví a consultar.
Un hombre nacido el día de San Juan, en un pueblo que celebra
el día se San Juan; ha sido mi precursor para este instrumento. Conocedor de muchos
toques y algunos de ellos en desuso, hábil ejecutante y sobre todo, depositario
de muchas vivencias, Juan Andrés fue el primer ejecutante que conocí. También mi
primer profesor, tarea en la que se ayuda mucho, con su método escrito: “El
maestro”. Fueron tres días de poner en práctica en el hotel, aquello que le iba
aprendiendo al maestro Juan.
Tres años antes de éste viaje al istmo, mi coleccionismo me
llevaba a despedirme de la delegación de la Escuela de danzas de Funza, con la
que había estado “girando” por los estados de Zacatecas, Jalisco y Guanajuato, en México.
Había contactado al joven luthier Pavel Toledano para que pusiera en mis manos
mis primeras jaranas jarochas, y dado que me urgía tal encuentro, abandoné al
colectivo compatriota, tomando rumbo al taller de Pavel, en Morelos. Prácticamente
cinco minutos de ansiedad, me impidieron en esa ocasión haber conocido al
maestro José Augusto Broce, pero, tan afortunado fui de todas maneras, que el
profesor Juan David Barbosa, director del colectivo dancístico, pidió sus datos para mí, cuando vio al singular instrumento
en manos de tan hábil tañedor y supo que sería de todo mi interés conocerle. Pocas
veces se conoce generosidad tan grande, como la que me compartió, tres años
después, el maestro José Augusto, cuando llegué a la capital de la provincia de
Veraguas. Fue, la oportunidad para que mi tiple de palo de rosa, encontrara un
hogar en el país vecino.
Finalmente, estos viajes que siento patrocinados por la
magia de los santos, han posibilitado que el rajaleña gran-tolimense, reconociera al gallino Zárate, que la mejorana por veinticinco para bailar se
reencontrara con el torbellino, y la saloma se saludara con el leco; La
primavera con el otoño, que antipódicamente vienen a ser lo mismo, saludan al
día de San Juan, con los tambores, que recuerdan las navidades de San Martín de
Loba.