domingo, 4 de octubre de 2015

Torrente equinoccial

Mejoranera que hace parte de la colección "Caballito del maizal". 
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Curiosamente, los dos viajes que he emprendido a la República de Panamá, resultaron coincidir con los equinoccios. El primero de ellos, porque el costo de los tiquetes resultaba más favorable en ese momento, y el segundo, para asistir a la fiesta más emblemática que destaca la interpretación del instrumento musical que a esos viajes, me movilizó.
A la mejoranera solo la conocía por internet, y fue por internet que empecé a buscar más información y también, si era posible adquirir una. Fueron más de tres años de esperar respuestas de sitios web de artesanías, e incluso, de personas que tenían relación con ese instrumento.
Para el mes de enero del año dos mil quince, estando en el país del canto del socavón, y más precisamente en la histórica ciudad de Trujillo, recibí la emocionante respuesta que empezaría toda una serie de acontecimientos que generaría por fin mi acercamiento a la chinchorra. Para el momento, no pude hacer más que pedir tiempo, para volver a Colombia y empezar a gestionar lo que en principio era solamente la traída del instrumento a Caballito del maizal.
Si bien la gestión cultural no ha sido mi fuerte, nació incluso un recital para compartir un saber, y para recoger los fondos que pagarían la traída del instrumento. En pleno proceso de publicitar dicho recital, me enteré que por las circunstancias del transporte internacional de mercancías se hizo más rentable que yo fuera en persona y entonces, resulté dándome un primer “vueltazo” por Panamá.
 La persona con la que estuve negociando la mejoranera, es la señora Esther Reyes Astacio, esposa del maestro mejoranero Juan Andrés Castillo. Ella, me hizo saber cuál sería mi nuevo instrumento, y también me hizo saber el costo de la traída, respecto al costo del vuelo que me atreví a consultar.
Un hombre nacido el día de San Juan, en un pueblo que celebra el día se San Juan; ha sido mi precursor para este instrumento. Conocedor de muchos toques y algunos de ellos en desuso, hábil ejecutante y sobre todo, depositario de muchas vivencias, Juan Andrés fue el primer ejecutante que conocí. También mi primer profesor, tarea en la que se ayuda mucho, con su método escrito: “El maestro”. Fueron tres días de poner en práctica en el hotel, aquello que le iba aprendiendo al maestro Juan.
Tres años antes de éste viaje al istmo, mi coleccionismo me llevaba a despedirme de la delegación de la Escuela de danzas de Funza, con la que había estado “girando” por los estados de Zacatecas, Jalisco y Guanajuato, en México. Había contactado al joven luthier Pavel Toledano para que pusiera en mis manos mis primeras jaranas jarochas, y dado que me urgía tal encuentro, abandoné al colectivo compatriota, tomando rumbo al taller de Pavel, en Morelos. Prácticamente cinco minutos de ansiedad, me impidieron en esa ocasión haber conocido al maestro José Augusto Broce, pero, tan afortunado fui de todas maneras, que el profesor Juan David Barbosa, director del colectivo dancístico, pidió sus datos para mí, cuando vio al singular instrumento en manos de tan hábil tañedor y supo que sería de todo mi interés conocerle. Pocas veces se conoce generosidad tan grande, como la que me compartió, tres años después, el maestro José Augusto, cuando llegué a la capital de la provincia de Veraguas. Fue, la oportunidad para que mi tiple de palo de rosa, encontrara un hogar en el país vecino.
Finalmente, estos viajes que siento patrocinados por la magia de los santos, han posibilitado que el rajaleña gran-tolimense, reconociera al gallino Zárate,  que la mejorana por veinticinco para bailar se reencontrara con el torbellino, y la saloma se saludara con el leco; La primavera con el otoño, que antipódicamente vienen a ser lo mismo, saludan al día de San Juan, con los tambores, que recuerdan las navidades de San Martín de Loba.