sábado, 25 de marzo de 2017

Jujuto en cuento

ovebi mataeto de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

Ahora que dos admirados músicos cercanos peregrinan al oriente, pienso en las migraciones polinésicas, siberianas y africanas, que habrían traído, a los que después se les llamarían indígenas americanos, miles de años atrás, a este continente desde el que ahora escribo. De seguro, mis colegas habrán de pensar en ciertas coincidencias y similitudes entre las musicalidades orientales, y las musicalidades amerindias a las que han dedicado sus estudios. Y de seguro, que no sólo hallarán coincidencias en el plano de lo específicamente sonoro, sino también, en los planos simbólicos que nutren de significado a la interpretación acústica de objetos, voces y movimientos. Lo indígena, que ha recorrido largos caminos en busca de vivir, de soñar y de perpetuarse en otras historias que más que escritas, son cantadas. En largos poemas épicos milenarios, o en reiterativas fabulaciones acompañadas de maraca y plumas.
Esos saberes de la gente de ojos rasgados de aquí el pacífico y de allá el pacífico, casi que se resumen en algo que le resulta totalmente opuesto a las pretensiones de dominio que han surgido de la trama desatada en los desiertos del medio oriente, y que hallaron eco en las desaparecidas florestas de la Europa central, o en los hirvientes puertos del mediterráneo. El saber de vaciarse de datos, para llegar a la sabiduría. Quiero decirlo así. Un saber, de no saber. Un saber de observar frescamente a la realidad a cada instante. Un saber de tener visión. En contraposición a un saber consistente en acumular información ya vivida, información proveniente del pasado y del presente hipotético.
Cuando fueron invocadas las fuerzas elementales contenidas en los instrumentos musicales que hacen parte de algunas de las culturas indígenas que actualmente viven en Colombia, entre el primero y el tres de marzo de 2017, aparecieron diferentes personalidades convocadas a escuchar un mensaje ininteligible contenido en dichos objetos. Objetos, que fueron moldeados por otras formas de pensamiento, desde la mirada vertical que se tiene por hegemónica o dominante. Fue todo un gusto compartir tantos sonidos, y maneras de percibir lo bello en lo acústico. Toda una responsabilidad compartir un mito hecho frecuencia audible, con tantas consciencias diferentes. Toda una renovación mental, emocional y espiritual, llevar a cabo esta invocación de la antigüedad.
Tanto así, que me vi en contacto con un representante de esa vetusta manera de ver la realidad musicalmente hablando, y que, gracias a ese encuentro, se la diferencia entre lo antiguo y lo rancio. Después de respirar profundamente un rato, luego de esa insospechada visita, la primera frase que me dije a mí mismo fue: “¡Si existen esas personas!” Y es que parece mentira, que hoy en día se sigan estableciendo juicios de valor sobre manifestaciones culturales de otros mundos, y menos, en un escenario académico. Que curiosa inversión de valores. Los saberes académicos, o más bien, quienes se asumen como representantes de dicha manera de acercarse al conocimiento, muchas veces establecen una connotación negativa sobre otras maneras de asumir la realidad, al juzgar ciertas manifestaciones que no impulsan sus búsquedas, con las herramientas epistemológicas ya por ellos conocidas. Sin duda alguna, para una mente llena de referentes fuertemente cimentados en la noción de verdad es muy desafiante asomarse a otros esquemas y miradas, particularmente, si provienen de culturas que han sido violentadas desde tantos flancos.
Es necesario vaciar la mente, para saber. O, se vacía la mente y se sabe. O se sabe que se está vacío y eso puede ser sabio... o no. O, se recuerda que la mente es tan intangible como el espíritu, o se siente…en todo caso, es curioso, pero, en medio de esta pequeña ventana que le abro día tras día a lo misterioso, quiero evocar. Evocar que en la soledad de una sabana soñada por Kuwei, el cráneo vacío de un venado me ha dicho más cosas hermosas y sabias, que la grosera apreciación que sobre el mismo cráneo, del mismo venado, tuvo un cráneo lleno de datos e informaciones sobre "La" teoría musical. ¿La mayor? ¿La menor? Lo cierto, es que, quien escribe, no ostenta un título universitario.