Guitarra renacentista de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
El diecisiete de abril del año
dos mil siete me fue formulada una pregunta audaz y desinteresada, que ha traído
consecuencias hasta hoy en día, nueve años después. Desde antes de ese año, he intuido,
que todo lo tengo perdido respecto al oficio de ser músico intérprete. Sin
embargo soy terco, y respondí con un ciego “Si”. A Popayán había ido yo, a
visitar a los hermanos Cháves, de la emblemática chirimía “Aires de Pubenza” a
aprender un poco de su saber, y ya el último día de la visita, después de
evocar bambucos, pasillo, marchas y porros, surge la temática de la construcción
de instrumentos musicales típicos que desempeña Víctor Hugo. Me habló entonces,
del bombo que le había construido al médico y músico Juan Carlos Torres,
director de la agrupación de música antigua “Kalenda maya”.
Hacia la casa de Juan Carlos me
dirigí en horas crepusculares. Llegué a la dirección indicada, y una vez en el
estudio, sentí el peso de lo que los historiadores llaman “línea de tiempo”. No
como una agobiante huella de los años a ser cargada, sino más bien, como el
hallazgo de la continuidad de una historia, presentida, pero no sabida. Entre
laudes, gaitas, orlos, vihuela, violines y percusiones del medio oriente me encontraba,
escuchando pertinentes relatos de hace siglos, en el “Viejo mundo”. Viendo también,
los destellos con que fulguraban ciertas palabras que me había encontrado en
los libros, para hallarles un sentido aún mayor desde una sonoridad tan antigua
como familiar. Los romances, los villancicos, los arcaísmos…fue entonces que esa
juguetona presencia no se hizo esperar más, y cuando se abrió el estuche, creo
que algo me notó Juan Carlos en la mirada, como para hacerme la pregunta mencionada
en el primer párrafo: “¿Usted toca cuatro llanero?”
Me imagino que pude haber
sospechado eventualmente, que había alguna relación entre la música antigua
europea, con las músicas tradicionales populares de América. Hubiera podido buscar
entre el repertorio religioso. El canto gregoriano. En las más accesibles
creaciones de Bach o de Vivaldi, para no hallar mucho parecido con los rasgueos
bailables del cuatro o del tiple en Colombia. Habría seguido indagando entre
motetes, salves, misas y recercadas, para no encontrar mucho del goce estético
al que me condujo “la” pregunta.
Fui partícipe entonces, como
simple y desinformado oyente, de la
mixtura de siglos atrás entre vihuela y guitarras de cuatro y cinco órdenes. Paradójicamente,
desde el tan contemporáneo internet. Buscaba videos y discos y ciegamente he
venido tratando de adivinar posibles pervivencias, sabores remitentes a las
músicas que llaman folclóricas. ¡Qué terca es mi ignorancia! ¡Qué torpes mis
aspiraciones! ¡Qué alegría mi ego!
Agradezco entonces, cuando en la
lista de reproducción de YouTube, apareció el tan traqueado video de la
Gallarda Napolitana interpretado por el ensamble Hesperión XXI. Nada más que
hacer. Apague y vámonos. Luego apareció la folía, y ahora, gracias a esta
guitarrita que aparece en la foto de este escrito tan mal redactado, quiero irme
a ciertos territorios y como buen amargado, sabotear las leyendas de
remordimiento por los indígenas y las supuestas herencias que nos dejaron a nosotros
los americanos. Remordimiento de doble moral, que se lamenta desde un PC en la
ciudad, y en castellano, por lo ocurrido en América hace quinientos años, al
mismo tiempo que se perpetúan muchas veces pensamientos, palabras y hechos auténticamente excluyentes, mercantilistas,
clasistas, racistas y violentos con los que negamos el mestizaje que llevamos
con nosotros, gústenos o no.