lunes, 12 de septiembre de 2016

Torbellino no está aquí El caimán se lo llevó Lo montó en una galera Y dizque loco se volvió Por un lado de La Habana Otro rumbo ya tomó Y llegando a Guararé Con mejor Ana conversó

Guitarra renacentista de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez

por: Héctor Hernando Parra Pérez

El diecisiete de abril del año dos mil siete me fue formulada una pregunta audaz y desinteresada, que ha traído consecuencias hasta hoy en día, nueve años después. Desde antes de ese año, he intuido, que todo lo tengo perdido respecto al oficio de ser músico intérprete. Sin embargo soy terco, y respondí con un ciego “Si”. A Popayán había ido yo, a visitar a los hermanos Cháves, de la emblemática chirimía “Aires de Pubenza” a aprender un poco de su saber, y ya el último día de la visita, después de evocar bambucos, pasillo, marchas y porros, surge la temática de la construcción de instrumentos musicales típicos que desempeña Víctor Hugo. Me habló entonces, del bombo que le había construido al médico y músico Juan Carlos Torres, director de la agrupación de música antigua “Kalenda maya”.
Hacia la casa de Juan Carlos me dirigí en horas crepusculares. Llegué a la dirección indicada, y una vez en el estudio, sentí el peso de lo que los historiadores llaman “línea de tiempo”. No como una agobiante huella de los años a ser cargada, sino más bien, como el hallazgo de la continuidad de una historia, presentida, pero no sabida. Entre laudes, gaitas, orlos, vihuela, violines y percusiones del medio oriente me encontraba, escuchando pertinentes relatos de hace siglos, en el “Viejo mundo”. Viendo también, los destellos con que fulguraban ciertas palabras que me había encontrado en los libros, para hallarles un sentido aún mayor desde una sonoridad tan antigua como familiar. Los romances, los villancicos, los arcaísmos…fue entonces que esa juguetona presencia no se hizo esperar más, y cuando se abrió el estuche, creo que algo me notó Juan Carlos en la mirada, como para hacerme la pregunta mencionada en el primer párrafo: “¿Usted toca cuatro llanero?”
Me imagino que pude haber sospechado eventualmente, que había alguna relación entre la música antigua europea, con las músicas tradicionales populares de América. Hubiera podido buscar entre el repertorio religioso. El canto gregoriano. En las más accesibles creaciones de Bach o de Vivaldi, para no hallar mucho parecido con los rasgueos bailables del cuatro o del tiple en Colombia. Habría seguido indagando entre motetes, salves, misas y recercadas, para no encontrar mucho del goce estético al que me condujo “la” pregunta.
Fui partícipe entonces, como simple y desinformado oyente,  de la mixtura de siglos atrás entre vihuela y guitarras de cuatro y cinco órdenes. Paradójicamente, desde el tan contemporáneo internet. Buscaba videos y discos y ciegamente he venido tratando de adivinar posibles pervivencias, sabores remitentes a las músicas que llaman folclóricas. ¡Qué terca es mi ignorancia! ¡Qué torpes mis aspiraciones! ¡Qué alegría mi ego!
Agradezco entonces, cuando en la lista de reproducción de YouTube, apareció el tan traqueado video de la Gallarda Napolitana interpretado por el ensamble Hesperión XXI. Nada más que hacer. Apague y vámonos. Luego apareció la folía, y ahora, gracias a esta guitarrita que aparece en la foto de este escrito tan mal redactado, quiero irme a ciertos territorios y como buen amargado, sabotear las leyendas de remordimiento por los indígenas y las supuestas herencias que nos dejaron a nosotros los americanos. Remordimiento de doble moral, que se lamenta desde un PC en la ciudad, y en castellano, por lo ocurrido en América hace quinientos años, al mismo tiempo que se perpetúan muchas veces pensamientos, palabras y hechos  auténticamente excluyentes, mercantilistas, clasistas, racistas y violentos con los que negamos el mestizaje que llevamos con nosotros, gústenos o no.