viernes, 15 de abril de 2016

Nuez tan simple como parece



Carajillo o carrasclás donado a la colección Caballito del maizal por: David Hidalgo Jiménez
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez



por: Héctor Hernando Parra Pérez


Cierta ocasión, un joven entusiasta de la recuperación del pensamiento muisca me compartía un saber que a él había llegado sobre el uso que tradicionalmente le daría este grupo humano a la semilla del nogal. Me decía, que para limpiar los malos pensamientos, servía pasarse la semilla de este árbol por la cabeza, mientras se visualizaba cómo aquella nuez iba recogiendo pensamientos negativos y los iba eliminando de la mente. Recordé entonces, mis lecturas sobre el pensamiento mágico, y que este principio curativo podría relacionarse con la llamada magia mimética. Consiste dicho principio, en aprovechar el parecido morfológico de un objeto externo con una parte del cuerpo humano, para de esta manera, y mediante una intención simbólica, crear un principio de identidad entre el objeto sacralizado desde una visión mítica y la parte del cuerpo, realizando una acción metafórica, es decir, sacralizando la acción, de modo que se le devolviera al cuerpo el estado original de bienestar y salud, acudiendo a la memoria depositada en la naturaleza, que desde una visión del equilibrio natural, a veces olvidado por el ser humano con sus acciones, puede ser devuelta al entrar en contacto de nuevo con un elemento proveniente de otros seres vivos: La nuez se constituye mediante el mito y el rito, en un pequeño cerebro que le puede recordar al nuestro, su estado de equilibrio y salud.

También recordé, tiempo después, que durante mis indagaciones botánicas había aprendido que desde el pensamiento científico, se plantea que ciertas especies animales y vegetales llegaron al continente suramericano respondiendo a las fuerzas geológicas relacionadas a la teoría de la deriva continental, y a las fuerzas climáticas de las sucesivas glaciaciones y calentamientos globales. En los momentos en que coincidiría una de las últimas glaciaciones, con el surgimiento de centro américa, semillas y animales que de Eurasia habrían llegado a Norteamérica, podrían instalarse ahora en Suramérica, lo que trajo consigo nuevas extinciones masivas y nuevos ecosistemas. En ese orden de ideas, y entre otras especies, el nogal, proveniente de bosques caducifolios del hemisferio norte, encontraría un nuevo hogar en los potentes andes para empezar a hacer parte de los nacientes bosques de niebla que desde entonces han recibido las aguas de los páramos y las nubes. Para el pensamiento científico, y sus formas de sistematizar la realidad, los nogales más emparentados al que crece en los andes se les clasifica dentro del género Juglans, y de todos aquellos, que viven en países de cuatro estaciones, el de la semilla sanadora para los Muiscas, recibe el epíteto de Neotropica, por haber sido el que se instaló en el trópico montañoso. Aún recuerda sus cuatro estaciones este nogal, pues defolia como en otoño, exhibe desnudo sus nueces como en invierno, florece sus péndulos como en primavera, y verdea como en verano, tal como se les puede ver en cualquier mes del año por la carrera treinta de Bogotá, o en los alrededores de la universidad pedagógica, en la misma ciudad, para citar un ejemplo cercano.

Para el pensamiento campesino, heredero de tradiciones indígenas, africanas y europeas, este árbol merece llamarse además de nogal, cedro negro, pues sus hojas se parecen a las de los árboles que los científicos clasifican en el género cedrella, y que popularmente reciben nombres de alcances gustativos y visuales, totalmente vinculados con el mundo de lo empírico: Cedro rosado, cedro amargo, cedro carmín, cedro cebollo, y también el cedro rojo. Así también, como que las maderas de todos estos árboles presentan características similares para los requerimientos de la ebanistería criolla y valga hacer hincapié, en la luthiería criolla.  

Me resultó del todo interesante haber recibido en la ciudad de Salamanca, España, un carrasclás o carajillo como obsequio para seguir haciendo música. La sencillez de media nuez de nogal de los de cuatro estaciones, hecha caja de resonancia para un palito tensionado y percutor al compás de los dedos, hace pensar que de allá no solo vino la codiciosa violencia de un sistema monárquico y religioso, harto de su propio mestizaje de moros y judíos, sino que también vinieron colados y escondidos en la pervivencia atávica, los saberes de unos antiguos indígenas que fueron también sometidos por el imperio romano tan “cristiano”. Tan imperial como el Inca, tan identitario como el azteca, tan capaz de lo brutal como el ser humano de cualquier raza, continente y condición. Como tan capaz del asombro, la magia, el arte y el saber.