Carajillo o carrasclás donado a la colección Caballito del maizal por: David Hidalgo Jiménez
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Cierta ocasión, un joven entusiasta
de la recuperación del pensamiento muisca me compartía un saber que a él había llegado
sobre el uso que tradicionalmente le daría este grupo humano a la semilla del
nogal. Me decía, que para limpiar los malos pensamientos, servía pasarse la
semilla de este árbol por la cabeza, mientras se visualizaba cómo aquella nuez
iba recogiendo pensamientos negativos y los iba eliminando de la mente. Recordé
entonces, mis lecturas sobre el pensamiento mágico, y que este principio
curativo podría relacionarse con la llamada magia mimética. Consiste dicho
principio, en aprovechar el parecido morfológico de un objeto externo con una
parte del cuerpo humano, para de esta manera, y mediante una intención
simbólica, crear un principio de identidad entre el objeto sacralizado desde
una visión mítica y la parte del cuerpo, realizando una acción metafórica, es
decir, sacralizando la acción, de modo que se le devolviera al cuerpo el estado
original de bienestar y salud, acudiendo a la memoria depositada en la
naturaleza, que desde una visión del equilibrio natural, a veces olvidado por el
ser humano con sus acciones, puede ser devuelta al entrar en contacto de nuevo con
un elemento proveniente de otros seres vivos: La nuez se constituye mediante el
mito y el rito, en un pequeño cerebro que le puede recordar al nuestro, su
estado de equilibrio y salud.
También recordé, tiempo después,
que durante mis indagaciones botánicas había aprendido que desde el pensamiento
científico, se plantea que ciertas especies animales y vegetales llegaron al
continente suramericano respondiendo a las fuerzas geológicas relacionadas a la
teoría de la deriva continental, y a las fuerzas climáticas de las sucesivas glaciaciones
y calentamientos globales. En los momentos en que coincidiría una de las
últimas glaciaciones, con el surgimiento de centro américa, semillas y animales
que de Eurasia habrían llegado a Norteamérica, podrían instalarse ahora en Suramérica,
lo que trajo consigo nuevas extinciones masivas y nuevos ecosistemas. En ese orden
de ideas, y entre otras especies, el nogal, proveniente de bosques caducifolios
del hemisferio norte, encontraría un nuevo hogar en los potentes andes para
empezar a hacer parte de los nacientes bosques de niebla que desde entonces han
recibido las aguas de los páramos y las nubes. Para el pensamiento científico, y
sus formas de sistematizar la realidad, los nogales más emparentados al que
crece en los andes se les clasifica dentro del género Juglans, y de todos
aquellos, que viven en países de cuatro estaciones, el de la semilla sanadora
para los Muiscas, recibe el epíteto de Neotropica, por haber sido el que se
instaló en el trópico montañoso. Aún recuerda sus cuatro estaciones este nogal,
pues defolia como en otoño, exhibe desnudo sus nueces como en invierno, florece
sus péndulos como en primavera, y verdea como en verano, tal como se les puede
ver en cualquier mes del año por la carrera treinta de Bogotá, o en los
alrededores de la universidad pedagógica, en la misma ciudad, para citar un
ejemplo cercano.
Para el pensamiento campesino,
heredero de tradiciones indígenas, africanas y europeas, este árbol merece
llamarse además de nogal, cedro negro, pues sus hojas se parecen a las de los
árboles que los científicos clasifican en el género cedrella, y que popularmente
reciben nombres de alcances gustativos y visuales, totalmente vinculados con el
mundo de lo empírico: Cedro rosado, cedro amargo, cedro carmín, cedro cebollo,
y también el cedro rojo. Así también, como que las maderas de todos estos árboles
presentan características similares para los requerimientos de la ebanistería
criolla y valga hacer hincapié, en la luthiería criolla.
Me resultó del todo interesante
haber recibido en la ciudad de Salamanca, España, un carrasclás o carajillo como
obsequio para seguir haciendo música. La sencillez de media nuez de nogal de los
de cuatro estaciones, hecha caja de resonancia para un palito tensionado y percutor
al compás de los dedos, hace pensar que de allá no solo vino la codiciosa violencia
de un sistema monárquico y religioso, harto de su propio mestizaje de moros y
judíos, sino que también vinieron colados y escondidos en la pervivencia
atávica, los saberes de unos antiguos indígenas que fueron también sometidos
por el imperio romano tan “cristiano”. Tan imperial como el Inca, tan
identitario como el azteca, tan capaz de lo brutal como el ser humano de
cualquier raza, continente y condición. Como tan capaz del asombro, la magia,
el arte y el saber.