Bandola andina colombiana de la colección "Caballito del maizal". Foto: Héctor Hernando Parra Pérez.
por: Héctor Hernando Parra Pérez
Lejos. O en lo alto de las
montañas, tanto de las escarpadas, riscosas y quebradas, como de las modeladas
de altiplanicies y sabanas; ambas, en la cordillera oriental. O en mitad
de las montañas, que de las minas pasaron a los cafetales, rumbo al sur,
pensando en Santiago de Cali, para su útil cercanía al puerto de Buenaventura, nada más que un despachadero de café rumbo al Japón: Cordillera
occidental. Y ¿en la cordillera central? También. Pero, dejando acariciar sus
seis órdenes, por el trémolo de las brisas del Magdalena que juguetón, pasa por
entre ventanas de madera, habitando espaciosas salas altas como iglesia. Lejos.
En el tiempo también. En tiempos y lugares de galerón, y tal vez por eso fue, esa
pintoresca fusión compositiva regionalesca de Alejandro Wills. A propósito, en el camino a
Venezuela, mata-mata es su nombre, desde los de San Martín, hasta los de
Casanare.
Lejos ¡Que haya llegado hasta el
Táchira a mediados del siglo XX! ¡Eso sí que es lejos! - ¿Lejos? No, para nada.
Lejos Puerto Rico, y lejos Cuba, - ¡Ja! Si a eso vamos, ¡Lejos las islas
Canarias! - ¿Nos pusimos muy ultramarinos? ¡Lejos Andalucía! – Eso no es nada, ¿Lejos?,
¡Lejos Castilla! – Lejos si…Pero, más lejos las Filipinas, que no se llaman así
por Felipe, el de Los Tolimenses.
Las doce cuerdas, para la
bandurria de España. Allá sí, que allá las cuerdas las fabrican. Pero las
catorce, para la bandurria en Filipinas y las dieciséis, de la colombiana (así
como las quince), que toma tiempo el barco que las trae. ¿La porción vibrante de
las cuerdas? Acusa, que se quería una tesitura entre el soprano y el contralto
de la bandurria, tal vez, para voces intermedias, en el justo medio del
mestizaje arraigado entre estas tres cordilleras; o tal vez, formular un diapasón
más amable a los dedos tan gruesos, como alejados de las escuelas para digitación
de instrumentos de plectro. Catorce, quince y dieciséis, porque no eran cuerdas
tan accesibles, y si se totiaba
alguna, quedaban otras dos, al menos en los dos primeros órdenes. Si se
pandeaba la tapa armónica por tanta presión, total, había más Pino y Pedro,
digo, cedro, para darle forma a las nuevas liras.
¡Cierto! ¿Y Todo esto de las
paradojas y contradicciones de la emancipación criolla? ¿Será que la
institución/los poetas se inventaron una historia sobre la bandola andina
colombiana, para no hacer evidente que no es más que una bandurria española menos
reconocida que la soprano estándard? Para más señas, cito al taller de guitarras,
bandurrias y laúdes de Alberto Carrillo, que queda allá lejos, en Valencia, en
Literato Azorín # 15, Barrio San Mateo, pero del que me enteré, por una bandola
“Andina colombiana” colgada en una pared del municipio de Labateca, Norte de
Santander: Lejos.
Suena hermoso la bandola andina
colombiana, y memorias tengo y relatos hay, que dan cuenta de su uso en manos
de campesinos de la tradición voz a voz, o de músicos de pueblo que leían nota,
y peluqueaban la mota. De músicos de banda municipal o departamental que complementaban
sus decires, dando serenatas de bambuco en dueto. Tal vez ellos, poco
reconocidos, fueron los que hicieron que esa bandurria española mezzosoprano,
se volviera bandola andina colombiana, nada más que por la forma de tocarla y por
las cosas que cantaban con ella. No tan atrás en el tiempo, apenas empezando el
siglo XX. Con todos ellos, como idólatras de la Lira colombiana y entre todos
nosotros, desde hace mucho, encurubitamos a lo alto, al altísimo parnaso, a los
escogidos/merecedores para cantar sobre esos temas tan emotivos llamados “pueblo”,
“nación”, “terruño” e “indiecitas” y “morenas”; en elegantes certámenes alejados
del pueblo, la nación, del terruño, de lxs indígenas y lxs afrodescendientes, y
en los que es oportuno hacer del dolor del pueblo, elegantes formas musicales revestidas
con técnicas eurocéntricas. Para cantar, con lenguaje eurocéntrico, los daños
de los españoles de hace quinientos años, que no los de los organizadores del imaginado
certamen. Claro, depende del ámbito, y de la cantidad de cuerdas en la banda, bandola.
Cerca, cerca de mi opinadera,
digo pues, que sería más coherente reconocer sanamente y concederle su lugar al
aporte hispánico en nuestra cultura mestiza, pues los intentos de hacerla
parecer nativa, con los indigenismos y los criollismos mediáticos, en verdad
que siguen replicando, con efecto delay,
puras estrategias coloniales que fueran patrocinadas por las rivalidades de las
potencias del viejo mundo, y también, ya en el contexto de la guerra fría, por sus
dos grandes polos, usando a la gente que la pasa mal, como publicidad;
anestesiándonos o condicionándonos artísticamente, y dificultando la
posibilidad de hacernos cargo del mestizaje delirante en el que vivimos. ¿Cómo
asumir a la bandola aymara que vive en Chile? Está un poco más difícil de
entender, que la bandola oriental, que vive en
Venezuela.
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