Mandolina napolitana de la colección Caballito del maizal
Foto: Héctor Hernando Parra Pérez
Por: Héctor Hernando
Parra Pérez
(Dedicado a Antonio
Lucia y su familia en Agrigento, Sicilia)
La brisa: manifiesta a veces con
delicadeza pero con incidencia al mismo tiempo. Reflexiono desde el recuerdo, cómo lo sutil del aire frío puede hacer
tiritar a las carnes y entumir a los dedos. Cómo la casi gélida bocanada que
aspiraba, me secaba la garganta con tanta facilidad, que ya me estaba invitando
al viejo duelo con mi atávica predisposición, del abatimiento que representa
ser un músico frustrado. La fuerza también telúrica de la primavera iba
abriéndose paso por el Mediterráneo y nosotros, ni siquiera habíamos acercado
nuestra tropical constitución a los rigores del invierno en el que nieva. Conforme
el equinoccio dejaba de ser tan solo una promesa del calendario, la floración
de nuestro anfitrión “Il mandorlo” era la confirmación de que tiempos más
cálidos venían. Lo demostraban también las herbáceas y humildes flores que cada
vez inundaban más porciones de terruño.
Para contrastar con la llegada de
lo delicado de la primavera; día a día de nuestra permanencia en la isla podíamos
apreciar, entre el asombro y la trivialidad, la presencia de sendos templos
milenarios consagrados a las potentes fuerzas de los dioses del panteón greco
latino. Cuanto peso y monumentalismo consagrado a lo que sintieron, y tal vez
por ello vieron y oyeron, hombres y mujeres de hace 2400 años en esos disputados
parajes. Lo que sintieron dentro de sí, y se les hizo sentir con la sugestión
que logra la oratoria y el arte, movilizaron piedras de toneladas de peso y
decámetros de volumen. La potencia del peso agreste de una roca, movido por el
invisible hilo de la creencia.
Las fuerzas de la naturaleza que
se manifiestan a la vista del humano, surgen de los seres que nos acompañan en
nuestro paso por el planeta; y también del propio ser humano. En todo el
espectro de lo que nos resulta conocible, se aparecen las formas inmanentes de
lo creado para recordarnos que tan sólo vivimos una gran síntesis de
experiencias que retan a nuestro alarde de inteligencia y embriagan a nuestros
sentidos: La fragilidad de una flor de almendro, rompió la rigidez de las columnas
del templo de Zeus. ¿De qué otra manera el hecho de haber manifestado el
diecisiete de marzo de 2015, que “Se le reventó la cuerda” a un instrumento
musical de origen italiano, me habría llevado el diecisiete de Marzo de 2016 a
traducir ese primer artículo de este blog al italiano? ¡Allá en Agrigento! ¡Justo
cuando recibía de mi amigo Antonio Lucia una hermosa mandolina napolitana que
ahora hace parte de Caballito del maizal!
Pero podemos observar, cómo el
paso de las estaciones allá, y de los “niños” y “niñas” acá, va consumiendo nuestra
mortalidad a la vez que nos va sembrando en la tierra para un propósito ininteligible
pero sentido en lo más profundo de nuestro corazón. Nada tiene propósito ya,
porque en sí mismo todo puede ser propósito.
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